 Valencia existía antes de Germana de Foix y, aunque malherida, continuó tras ella. Vivía antes de Felipe V y, aunque maltrecha, volvió a levantar cabeza. Llegó entera a ser capital de la República, sobrevivió a la sangría de una guerra entre hermanos y resistió a una postguerra feroz. Valencia se ha visto en trances peores y ha sabido salir de ellos. Sobre todo, porque no la han sacado sus dirigentes. Ha salido por sus propios medios.
Valencia existía antes de Germana de Foix y, aunque malherida, continuó tras ella. Vivía antes de Felipe V y, aunque maltrecha, volvió a levantar cabeza. Llegó entera a ser capital de la República, sobrevivió a la sangría de una guerra entre hermanos y resistió a una postguerra feroz. Valencia se ha visto en trances peores y ha sabido salir de ellos. Sobre todo, porque no la han sacado sus dirigentes. Ha salido por sus propios medios.
Sin embargo, cada tiempo y cada lucha han dejado su huella. La pérdida del valenciano como lengua de prestigio; la tiranía; la amputación de una parte de sí misma con la expulsión de judíos y moriscos o la eliminación de los fueros propios. Ha habido épocas de dolor, crisis, represiones, abusos y poblaciones asfixiadas por unos dirigentes que se aprovecharon de la buena fe, del carácter no belicoso de sus gentes o de la lealtad al poder por convicción o por miedo.
Por eso no deberíamos mantener como cierta esa relación falaz entre la crítica a los errores políticos y el ataque a un pueblo, lo diga el Conde-Duque de Olivares o el ministro García-Margallo. No es a los valencianos a quienes se nos insulta hablando de corruptelas. Es a los corruptos. No es a los valencianos a quienes se nos descalifica por obras faraónicas; es a quienes las encargaron y pagaron.
Ahora bien, sus corruptelas e iniciativas megalómanas las hicieron y financiaron en nuestro nombre, por nuestro bien (sic) y a nuestro cargo. Y ahí, sí, tenemos un mea culpa que entonar. Y un error histórico que enmendar.
Los “agermanats” no podían sino dejarse la vida, como lo hicieron. Ellos luchaban contra fusiles de asalto y tenían las de perder, pero los valencianos de hoy, no. Hoy contamos con la libertad de escoger y juzgar la gestión de nuestros mandatarios. Podemos decir en alto que da igual si nacieron a orillas del Turia o del Rhin. Lo vergonzante no es ser valenciano sino corrupto.