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María José Pou

iPou 3.0

Sandalias con calcetín

El verano es una mala época para la elegancia. Por mucho que uno se empeñe, el cerco de sudor bajo la axila es incompatible con la portada del Vanity Fair. Intentar ir impecable cuando las temperaturas nos deshacen, nos empapan, nos arrugan y nos quitan todo rastro de maquillaje resulta tarea imposible.

Sin embargo, los hay que no contentos con lo que la estación proporciona, le añaden su propio toque personal de desarreglo, garrulería y mal gusto. A la falta de estilo se une en ocasiones la tacañería, la comodidad entendida como “laissez faire lassiez passer” o un “carpe diem” traducido por “aprovecha el momento de ser ¡lo peor!”.

Es lo que ocurre con quienes se empeñan en calzar sandalias con calcetines. Es cierto que los pies son muy sensibles y deben estar protegidos, pero si el objetivo es evitar un daño al pie ¿por qué no usar zapato? Y, si por el contrario, lo que se busca es darles ventilación ¿cómo es que se impide la transpiración libérrima a base de taponarla con el calcetín?

A esto hay que añadir la elección de calcetín. No todos son iguales. Los hay, como la ropa interior, para mostrar y los hay que mejor no enseñar ni en el tendedero. Pues bien, quienes optan por acompañar las sandalias con tamaña prenda inoportuna, suelen escoger éstos. Sí. De hilo gris combinado con un azul o negro venido a menos. O sea, a punto de enseñar su dedo gordo al mundo.

Si todo quedara en los pies no resultaría tan inconveniente. Bastaría con mirarle a los ojos y olvidar sus patas traseras. Pero no. Cuando uno es hortera lo es de pies a cabeza. Literalmente. Por eso acompaña las sandalias con pantalón corto. No podía usar uno largo para disimular un poco las pezuñas incoherentes. No.

Las muestra con orgullo gracias a unos pantalones cortos rematados en la parte superior por una riñonera, mariconera colgante o bolsa marsupial de tejido sintético. O sea, un añadido masculino que presuntamente sustituye los bolsillos de la americana invernal y que eleva el nivel de espanto ad infinitum cuando queda reposado exactamente sobre la barriga cervecera, justo en su cumbre. Desde allí prolonga la curva de la felicidad espumosa por si ésta no fuera suficiente. Si la curva, además, viene vestida con camiseta imperio, lo de Elm Street a su lado puede pasar por un cuento infantil de hadas cursis vestidas de rosa.

Pero no es lo peor que pueden ver los ojos de un indígena entre los turistas visitantes. En el colmo del mal gusto, hay quien evita la camisa, el polo o la camiseta de rejilla. La cuestión es que deleita al mundo con un pecho lobo descubierto, solo amenizado por un horrible tatuaje del que presumir. Es entonces cuando una suspira por calcetines con mangas para ir a juego con los pies y, sobre todo, para evitar que se constipe la criatura y remate la jornada con camisas hawaianas.

Temas

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


agosto 2010
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