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María José Pou

iPou 3.0

La falacia de Otegui

Aunque no me creo ninguna petición de perdón del entorno abertzale salvo como estrategia ni me parece aceptable que Otegui se disculpe solo por su acción de portavoz, hay algo en sus palabras que me da esperanza.

Dice Ortegui: “si he añadido un ápice de dolor, sufrimiento o humillación a las familias de las víctimas de las acciones armadas de ETA, quiero pedirles desde aquí mis más sinceras disculpas, acompañadas de un ‘lo siento’ de corazón”.

Sospecho que no tiene ese corazón del que nace su disculpa pero lo importante es que admite el dolor, el sufrimiento y la humillación de las víctimas al mismo tiempo que reconoce que el discurso del terrorismo es como una bomba: también causa dolor. Tiene un efecto similar a la dinamita aunque parezca más inofensiva. Las palabras también matan.

Ya sé que lo dice en el marco de una exigencia al límite. De pronto se alzan voces que lamentan pero no se arrepienten. No es una revelación; es fruto de una situación extrema a la que han llegado ETA y sus presos que esperan, así, avanzar en sus reivindicaciones. Que éstas las hayan estado haciendo durante décadas a fuerza de sangre parece no ser relevante en su discurso. Por eso no resulta creíble.

Sin embargo, el hecho de aceptar públicamente que el respaldo a las “acciones armadas de ETA” tiene consecuencias aumentando el dolor supone dar por hecho éste y su colaboración.

Lo primero es terrible y se sitúa en las antípodas de la empatía. Es ver el daño pero no sentir ni siquiera un escalofrío. Preferiría pensar que los terroristas no conocen el dolor causado pero saber que son conscientes de él y que no les conmueve es horroroso. Yo me daría terror en su lugar.

Lo segundo es incoherente: si no nos duele el daño causado por ETA ¿cómo vamos a lamentar haberlo incrementado? La esperanza, pues, no nace de la certeza sino de la confianza en que una nueva generación vea la disfunción de sus mayores.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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