Asaltar embajadas
Parece una idea simple pero a la vista de los acontecimientos no lo es tanto. La Liga árabe, aparte de considerar indignantes los dibujos del semanario Charlie Hebdo, ha pedido a quien se sienta ofendido que use “formas pacíficas de mostrar su rechazo”. Digo que es simple porque solo propone que busquen métodos no violentos de opinar. No exige que los musulmanes admitan la broma sino que la rechacen de otra manera.
Es el gran avance de la democracia: en ella, quien quiere publicar una sátira puede hacerlo y quien se siente ofendido por ella, puede decirlo. Nadie está obligado a aceptar una ofensa ni a callar una opinión salvo que resulte claramente dañina. Por su parte, el herido no debe callarse pero no puede protestar haciendo daño a otros. Es una regla básica de la convivencia en las sociedades avanzadas. Ni ofensa indiscriminada ni censura preventiva.
Que ese mensaje salga del secretario de la Liga Árabe ya es un considerable avance, porque si las cosas pueden cambiar en los países islámicos tienen que hacerlo desde dentro, desde ellos mismos. Nada de lo que diga Occidente va a convencer a quien considera que el mal le viene de allí.
Será un largo camino que estará plagado de episodios preocupantes como los que vivimos en estos días. Sin embargo, conviene seguir recorriéndolo.
Nuestras democracias no pueden estar cosiéndose la boca por miedo a que una turba manipulada decida quemar una embajada, ahora bien, tampoco parece sensato permitir que las relaciones entre los musulmanes y el resto del mundo se basen en la chanza y la provocación intencionada. Debemos recordar, eso sí, que la pauta debe servir para todos. Cuando en España se publica una viñeta que representa a los judíos como nazis o a Cristo como pederasta, nadie reclama respeto porque la turba no asaltará embajadas. Pretendemos que lo acepten con deportividad. E incluso que se rían. Aunque no tenga ni puñetera gracia.