Me extraña que ningún lumbreras del diseño y la tendencia haya caído en la potencia del táper como complemento. Lo pensé el otro día cuando me llevé la fiambrera al trabajo. No lo hago solo por ahorrar sino porque me gusta comer bien y allí no hay demasiadas opciones. Cuando se tiene un paladar exquisito o se come en casa o se lleva la casa a cuestas.
Cogí la costumbre en Londres. Cualquiera que conozca la cocina inglesa, lo entenderá. En el reino del “fish and chips”, prefería comer a las cinco que atreverme con potingues autóctonos, o llevarme una fiambrera comprada en el Tesco llena de fruta antes que un café aguado del Starbuks. Es verdad que en Regent street, adonde iba cada día, abrieron un local de “Spanish tapas” pero después de ver la paella por la que algunos mataban en Portobello, hice la promesa de no pedir “apple pie” en Valencia a cambio de no tomar horchata fuera de l’Horta.
Así que esta semana busqué mis fiambreras, un cubierto de postre y unas servilletas de papel. Cuando fui a meterlo todo en una bolsa pensé en el merchandising que podría hacerse con el motivo “táper contra la crisis” y una línea de bolsos para fiambreras que quedaran megapijos. La alternativa es una bolsa de plástico cutre o una de playa, como la que yo cogí, con la que parecía recién llegada de Marbella.
Es el momento, pues, de diseñar fiambreras coquetas, cubiertos de oficina y dispositivos guarda-fruta que faciliten nuestro nuevo modo de vida y hagan que los trabajadores no vayamos ocultando nuestra ensalada. El mensaje es trasladar el glamour al entorno del táper. Si para algunos es sinónimo de tener pocos posibles, a partir de ahora debería ser lo contrario. Debería gritar a los cuatro vientos: “no llevo fiambrera por restricciones presupuestarias sino porque me encanta lo estilosa que voy con ella”. Estamos a punto de asistir a un cambio de paradigma: hacer del táper el “must” del otoño.