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María José Pou

iPou 3.0

El cocker negro

Este fin de semana estuve en la perrera, en Benimámet. Están tan desbordados que a pesar de sus esfuerzos, me fui de allí con ganas de llorar. Perros hacinados, llenos de moscas, atados fuera de las jaulas por falta de sitio. Unos ladran para llamar la atención del visitante. Otros miran en silencio. No se mueven. Solo miran. Ya ni esperan el milagro.

Recuerdo uno precioso. Al menos debía de serlo cuando estaba en su casa, limpio, aseado, con el pelo cortado y feliz. Era un cocker negro. Miraba aturdido y desorientado. No tenía ni cama, solo una cadena atada a un pilar. Tenía una pata herida y se le doblaba. Me dio tanta pena que solo deseé que lo viera su antiguo dueño. Hay quienes sufren tanto que exclaman “ojalá les pase lo mismo a sus dueños y mueran solos y abandonados”. Yo no les deseo eso. Es demasiado terrible. Me conformo con enseñarles en qué estado ha quedado su animal. Que lo vieran sus hijos. Que lo supieran sus vecinos. Que les negaran el saludo por ello.

Por eso me molestan las campañas contra el abandono desde la amabilidad y la sonrisa, como la última de El Refugio. Entiendo sus buenas intenciones y el intento de hacernos ver la barbaridad de que un miembro de la familia sea abandonado a su suerte (en el vídeo, es el perro quien abandona), pero el problema tiene tal dimensión en España que no puede abordarse desde la bondad y la simpatía. España es la vergüenza de Europa. Los animales que nosotros abandonamos son adoptados en Alemania, Holanda o Bélgica. Las campañas que hacen falta deberían ser como las de Tráfico o las del tabaco. El cocker negro debería protagonizarlas con su pata herida o la galga que adoptó una amiga con el cuello herido. Debería mostrarse la crueldad del abandono: los traumas, las amputaciones, las agonías en los arcenes. Y señalar a los culpables para girarles la cara. Para que su entorno se avergüence de ellos. Para hacerles el vacío.

NOTA: la foto no se corresponde con el cocker mencionado; es solo un recurso gráfico.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.