Siempre me ha llamado la atención el interés de toda una época por la novela histórica. Soy la primera que lo aplaudo porque me encanta profundizar en la historia, pero no puedo evitar preguntarme si es un tipo de escapismo, una huida hacia el pasado como forma de eludir el presente.
Varias de las novelas presentadas al Premio Planeta, entregado ayer, estaban ambientadas en la antigüedad, en la Edad Media, en el XVIII o en el siglo pasado. Sin duda, son épocas que nos ofrecen claves para comprender cómo somos y adónde hemos llegado pero me pregunto por qué no hay más novelas que nos hablen de lo que estamos viviendo.
En la historia reciente, las crisis han sido un caldo de cultivo ideal para reflexionar sobre el ser humano y su vida en el planeta. Han despertado las tramas más profundas y han potenciado a los poetas más comprometidos. Hoy, sin embargo, echo en falta ese tipo de literatura que nos explique qué nos ha pasado, que cuente el desahucio de una familia, el drama del paro prolongado o el miedo a traer hijos a un mundo que parece derrumbarse. Frente a eso, nos cuentan historias detectivescas ambientadas en el siglo V y son los libros de autoayuda, en lugar de las grandes historias, los que retratan nuestra época.
Historias, por cierto, contadas en español. Es una de las paradojas de nuestro panorama literario. El premio mejor dotado de las letras españolas se entrega en Barcelona a una novela escrita es castellano. Y hasta ahora no parece haber sido interpretado como un gesto de españolización por parte de la clase política, aunque bien pudiera analizarse así. Sería hipócrita, sin duda, porque no ha sido impuesto. Ha sido un empresario catalán, con capital catalán, quien lo ha decidido. Incluso ahora está dispuesto, según dice, a sacarlo de una Cataluña independiente. ¿Es un españolizador de las letras o un emprendedor que no ve futuro en un mercado cerrado en sí mismo?