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María José Pou

iPou 3.0

Valencia o Calcuta

Viajar por la Europa más avanzada es una lección de civismo. En Estrasburgo puedes ser recriminado por hablar a gritos por la calle a las diez de la noche y en Berlín, por cruzar en rojo una vía urbana.

En España, para atajar esos comportamientos, tenemos que esperar a que los vecinos protesten; una ordenanza los prohíba explícitamente y las fuerzas del orden multen sin miramientos. Entonces asumimos que no es correcto. O, mejor dicho, que no está permitido. Y ahí reside el problema. Hay cosas que no requieren una multa, sino educación.

Yo no puedo evitar sentir una ligera molestia cuando espero que el semáforo cambie y veo cómo todos los peatones que me rodean cruzan sin pensarlo dos veces. Afortunadamente el móvil ha hecho que mi exquisitez urbana quede disimulada: mirándolo, parezco despistada y no tiquismiquis. Pero lo soy. No negaré que en alguna ocasión me he comportado igual, pero procuro no hacerlo por dos razones: la primera, porque ese cruce de calles sin orden ni concierto me produce la sensación de vivir en Calcuta. Uno de los signos del avance social es, a mi modo de ver, el orden frente al caos.

La segunda razón es más importante: el impacto en los pequeños. La educación vial empieza por el ejemplo de los mayores. ¿Cómo convencer a un niño de que no cruce en rojo si lo ve hacer continuamente?

Sé que mis amigos se ríen de mi frikismo vial y sufren lo indecible cuando reivindico el paso de cebra para el peatón tirándome en plancha sobre él. Los coches frenan en seco maldiciéndome y algún día se me llevarán por delante. “Les tocará indemnizar a mis deudos”, contesto a mis amigos. Entonces me maldicen ellos.

Por eso yo respeto el semáforo. Cumplir los turnos no solo es signo de educación individual y de progreso colectivo sino de eficacia. La mayoría de problemas en la calzada se producen por el incumplimiento de las normas. Los últimos atropellos lo certifican.

Temas

tráfico

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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