Hace unos días, mientras cruzaba la calle Colón, me sorprendió un conductor de autobús, muy airado, que pitaba a una ciclista en el carril-bus.
La imagen me llevó a unos años atrás cuando cogía el double-decker, el autobús londinense de dos pisos, para ir a la universidad. Era una escena parecida: un ciclista pedaleando delante de un autobús. El conductor ni se inmutaba. Iba detrás, sin nervios, ni intención de esquivarlo invadiendo el carril derecho. Y, por supuesto, a 20 por hora.
Igualito que en Valencia. Y no era una calle pequeña. Era Oxford Street, tres veces Colón.
Por eso me siento tan solidaria de los ciclistas en ese punto. Todo lo que los maldigo cuando me esquivan a toda velocidad por la acera; cuando asustan a mi perro que ya ha sufrido un atropello ciclista o cuando ponen en riesgo a niños y ancianos con poca estabilidad, los apoyo en su reclamación de un carril.
Si se habilitara ese espacio en la calzada –y no por la acera, como hasta ahora- ganaríamos todos en seguridad.
La diferencia entre Londres y Valencia es doble: el cumplimiento de las normas y, sobre todo, un centro urbano de tráfico reducido (con tasas al transporte privado), que facilita la movilidad y da prioridad al peatón, al ciclista y al transporte público.
Conociendo esa realidad, aún me parece poco reclamar solo un uso compartido del carril bus en la Ronda Nord. Es pura lógica para amortizar un espacio infrautilizado. Debería hacerse lo mismo en toda la ciudad.
Eso sí: para ello debemos cambiar la mentalidad todos. Si queremos aceras sin ciclistas –yo, la primera que me enfado con todos y, a falta de claxon, dejo a Whisky que les ladre- debemos exigir espacio seguro para ellos junto a los coches como vehículos que son. Y, como conductores, respetar su lugar. No son un estorbo, sino otros usuarios de la misma vía. La forma más eficaz de bajarlos de las aceras es haciéndoles sitio en la calzada.