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María José Pou

iPou 3.0

Un infierno para Herodes

Yo sí creo en el infierno. Ya sé que sobre el particular hay quien hace chanzas, quien alega que está deseando ir porque solo habrá vicio y perversión y quien piensa que es un invento de los curas de antaño para mantener asustados a los fieles.

No sé cómo será pero sí creo que habrá uno y no se parecerá a un garito de mala vida y buen whisky sino a un estado tenebroso y lleno de asco por uno mismo. Allí no estarán los que pecaron contra el sexto necesariamente sino quienes dejaron un reguero de dolor ajeno.

En él estará el asesino de Connecticut –no soy quien para juzgar, pero no lo dudo-. Hacer daño a inocentes tiene mala solución ante Dios, incluso, ante uno misericordioso como el de la tradición judeocristiana y musulmana. El dios “lento a la ira”, como dice la Biblia, quiso arrasar Sodoma por su pecado. ¿Qué peor pecado puede haber que hacer daño a un niño?

Por eso nos conmueve tanto conocer sus nombres, sus caras, sus aficiones, su tarde anterior haciendo galletas o poniendo las luces de Navidad. Los modernos Herodes nos dejan noqueados porque es un acto especialmente cruel, cobarde e inexplicable.

Puede llegar a entenderse que alguien dispare a un adulto pero ¿ante la cara asustada de un niño? Es lo opuesto a la empatía. Los niños suelen mover a la ternura cuando lloran o cuando caminan perdidos y asustados por la calle. Cualquiera de nosotros se acercaría, preguntaría por sus papás y le abrazaría hasta encontrarlos. Sin embargo, el asesino de Connecticut los mató.

Es un caso patológico, sin duda, pero es el momento de alertar sobre esos jóvenes que no sienten dolor al ver a otro ser sufrir. Quizás no son asesinos en potencia pero van camino. Sea un ser humano o sea un perro al que quemar en una valla como hicieron los de Benimámet. Poco importa que el asesino de Connecticut fuera tímido o raro. La alarma debía haberse activado al ver que no sufría con el dolor ajeno.

Temas

violencia

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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