Pobre de mí
Entre entonar el “mea culpa”, que es signo de arrepentimiento, y entonar el “pobre de mí”, que es señal de tristeza al finalizar los sanfermines, hay un abismo. No es solo por el grado de alcohol en sangre con el que se suele cantar uno u otro, sino porque, con el primero, el sujeto tiene el convencimiento de haber hecho algo mal mientras que, con el segundo, solo muestra pena pero no siente responsabilidad alguna en ella.
Es la misma diferencia que hay entre los lamentos que estos días estamos escuchando por boca del Partido Popular y lo que todos los españoles quisiéramos oír de nuestros políticos.
Con motivo del primer año de legislatura tanto a Rajoy como a Mª Dolores de Cospedal se les ha escuchado reconocer que los tiempos son duros y las medidas, dolorosas.
Es de agradecer que los políticos muestren su capacidad para saber que la patada en la espinilla que nos dan cada media hora es posible que nos duela. Lo que me molesta, personalmente, es que el tono sea expositivo: “saben” que nos hacen daño, e incluso parecen lamentarlo, pero no pasa de ser la constatación de un dato. No se les ve afectados ni acongojados. Ni siquiera se aproxima al gesto de la ministra italiana de trabajo a la que se les escaparon unas lágrimas. Escasas. Quizás sobreactuadas. Pero balsámicas.
Entre nuestros políticos se ve cierta preocupación por nuestro dolor pero no como quien nota el pinchazo en carne propia sino como quien calcula el coste futuro de ese daño. Está más cerca, pues, del “pobre de mí” pamplonica que del “mea culpa”.
Sin embargo, lo que necesitamos los ciudadanos es esto último. No basta con que señalen al contrario. Él tendrá su cuota de responsabilidad pero todos son responsables de la burbuja inmobiliaria, del endeudamiento excesivo y de la falta de control bancario.
No han bajado de una nube hace un rato sino que ya estaban aquí cuando empezó a cavarse la fosa en la que estamos.