En el año de la cadera, el rey hace su discurso de pie. Es lo último que me esperaba. Todo lo demás, que no hubiera recuerdo alguno de Urdangarín; que saliera junto al belén; que el protagonismo fotográfico recayera sobre el príncipe, todo eso era previsible. Sin embargo, que el rey no estuviera sentado, y bien sentado, dadas sus últimas caídas y “reparaciones en el taller”, según sus palabras, era del todo insospechado.
Reconozco que el mensaje ha llegado, pero no termino de convencerme de que fuera necesario ofrecerlo tan explícitamente. Me refiero a la palabra clave del discurso que, paradójicamente, no fue pronunciada: cercanía. Eso era lo que se buscaba. Dar imagen de proximidad, normalidad y servicio a España.
De ahí que jugaran con la ubicación en el despacho, no en la sala de audiencias; que apareciera la mesa con papeles y libros, no un árbol cuidadosamente adornado, o que RTVE tomara ese plano de falso directo en el que el rey repasa sus papeles antes de empezar y luego los deja sobre la mesa. Todo estaba diseñado para que nos pareciera que el monarca interrumpía brevemente sus ocupaciones para darnos un breve “aló, majestad” y seguir después trabajando.
Supongo que ahí encaja su pose, incómoda para su cadera, apoyándose sobre la mesa sin llegar a sentarse.
Personalmente no me hacía falta esa escena forzada para situar al rey trabajando por España. Para eso me sobra con verle de viaje a Rusia, a Arabia Saudí o a Cádiz. Con luz, taquígrafos y periodistas que le sigan a todas partes. Justo lo que no ocurrió en Bostwana.
Y respecto a la proximidad, no me la otorga una pose informal sino ver que le da un tirón de orejas a Rajoy por el bocazas de Wert o que se reúne con empresarios para ver cómo se activa la contratación en este país. Solo echo de menos que el príncipe, con mayor movilidad que él, hable con colectivos sociales y no solo presida sus actos protocolarios.