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María José Pou

iPou 3.0

Una ciudad de riesgo

Soy de las que van por las aceras renegando de los ciclistas que invaden el espacio que no les corresponde; de las que quisieran tener un timbre como las bicis para poder pitarles cuando ocupan el lugar de los peatones y de las que maldice al Ayuntamiento que un día decidió hacer carriles bici restando sitio a las aceras y no a la calzada.

Sin embargo, comparto su frustración, su indignación y su dolor ante atropellos como el del domingo, que dejó sin vida a una usuaria de la bicicleta, e iré a la concentración que ha convocado “Valencia en bici” para el próximo viernes.

Iré para mostrar mi solidaridad con todas las víctimas, mi exigencia para que se luche contra esa “violencia vial” y mi reivindicación del espacio urbano al servicio de medios sostenibles y más humanos: el paso del peatón y el ritmo de la bicicleta.

Todavía no soy parte de ese grupo y no lo soy, precisamente, porque prefiero andar antes que jugarme el tipo entre una circulación poco responsable.

Por eso me indigna doblemente lo sucedido. Por un lado, por la rabia que acompaña a toda muerte evitable. Por otro, por la impotencia de ver que, con conductas como la que, al parecer, hay que atribuirle al conductor del vehículo, es imposible que Valencia sea una ciudad adecuada para bicicletas. No se trata solo de poner muchos puntos de Valenbisi ni de hacer más carriles-bici sino también de modificar la vida ciudadana para hacer que subirse a una bicicleta no sea un acto heroico y ocupar la calzada no sea un comportamiento de riesgo.

No es una reivindicación exclusiva de ciclistas. Al contrario. Lo es de todos los ciudadanos. O al menos debe serlo. Primero, por que se respeten los derechos de todos los que habitamos esta ciudad y, segundo, porque la mejor forma de lograr aceras libres de bicis para los peatones es bajándolas a la calzada, pero eso no se logrará hasta que los demás vehículos dejen de ser una amenaza.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.