Podría decir que soy Amy Martin. Sería mi minuto de gloria, sin duda, porque medio país se pregunta si esa columnista existe y la Fundación Ideas, del PSOE, despide a su director porque no la conoce.
Si yo me presentara diciendo “Oui, c’est moi”, mañana las portadas de prensa tendrían mi cara (dura) y Carlos Mulas (el destituido), su cargo. Sin embargo, hay algo que me impide engrosar así mi curriculum: ni soy vicedecana de universidad valenciana ni he cobrado nunca 50.000 euros anuales por escribir.
Pero “ella”, sí. Amy Martin es una columnista a sueldo del PSOE a quien nadie ha visto nunca, lo que hace sospechar que era el propio Mulas quien se embolsaba el dinero.
Desde ayer hay quien se lleva las manos a la cabeza; quien hace paralelismos entre la forma de actuar del PSOE y del PP ante la corrupción y quien simplemente pide camisetas de “Yo soy Amy, pregúnteme cómo”.
Sin embargo, esa actitud gallita de unos y otros me resulta igualmente insultante. De unos, porque con lo que tienen en casa con su extesorero, no es como para afear la conducta a nadie. De otros, porque un despido fulminante ahora no impide preguntarse cómo nadie se extrañó de que el partido pagara 3.000 euros por artículo a una firma desconocida.
En el fondo esa actitud expeditiva me recuerda al Montoro del “ya no está en el partido, por algo será”. ¿Será porque ha sisado? Porque una cosa es haberlo invertido mal o haberlo malgastado y otra, habérselo llevado crudo o haberlo “traspapelado”. Lo primero es para quitarlo del puesto pero lo segundo es, además, para llevarlo a los tribunales. Y ahí es donde les duele.
Con el gesto tan rápido del PSOE se evita una crisis posterior, se intenta dar ejemplo y, de paso, se neutralizan las preguntas sobre los fallos de los sistemas de control.
Lo dicho, yo no soy Amy. Mi foto aquí al lado me delata. Mi cuenta corriente, también. Y no se lo reprocho. Solo la envidio.