Los apócrifos suelen triunfar porque tienen cierta conexión con la realidad pero van más allá de ella, de ahí el morbo que generan. Es un morbo que no lo alcanzan los textos canónicos, esto es, los aceptados como válidos por la autoridad.
Ayer Rajoy calificó los papeles de Bárcenas como apócrifos lo que no ofrece garantías pero tampoco anula lo visto. Así, podría ser cierto que Bárcenas hubiera “fabricado” esa prueba incriminatoria o sencillamente hubiera “hinchado” la auténtica. ¿Por qué anotar lo que resultaría delictivo si no es para implicar a los presentes en el texto?
Lo dije ayer y lo repito hoy. No me creo nada y me lo creo todo. Todo es posible, incluso que Rajoy no mienta y alguien tenga interés en desgastar al gobierno o a una parte del partido en el poder. Al final, todas estas corruptelas suelen ver la luz porque alguien de dentro quiere no por una gran investigación periodística, manque nos pese a los del gremio.
En esa clave hay que entender las palabras de ayer de Rajoy. No eran un mensaje a la nación. Era un aviso a navegantes para los de dentro y los que, desde fuera, le mueven la silla. Por eso a mí no me cabe demasiada duda (siempre hay que dejar margen para alguna) de que el presidente del gobierno no es un chorizo. Si lo fuera no me llevaría las manos a la cabeza, es cierto, pero me inclino a pensar que no.
Sin embargo, la zozobra que vivimos es doblemente molesta: por lo que significa y por lo repetido. Ahora que algunos citan Filesas et al.–el PSOE no se quedó atrás en corruptelas propias en los 90-, lo que comprobamos es que de poco sirve una declaración de la renta de un político. Lo que necesitamos no es solo eso. Eso ya lo tiene Hacienda y hay quien lo controla. Lo que está haciendo falta desde los tiempos de Filesa es clarificación en la financiación de los partidos políticos. En cambio, eso nadie lo aborda. Ni los pringados ni los acusicas.