En estos tiempos, admiro más que nunca a los fiscales y los jueces anticorrupción. Ya sé que todo caso judicial puede ser muy complejo y requerir una profesionalidad impecable, pero los que tienen que ver con entramados fiscales e ingeniería financiera me parecen tan opacos y enrevesados que me daría por vencida antes de acabar.

Por eso valoro tanto el tesón de quienes investigan realidades construidas para no ser alcanzadas. Esa capacidad para tirar de un hilo y no cejar en el empeño hasta que las muñecas rusas abren todas las figuras es digna de nuestro reconocimiento y, sobre todo, de los medios que sean necesarios.

Cuando todo falla, parece que solo podemos fiarnos de la Justicia y esa es la sensación que tenemos muchos ciudadanos. No confiamos en que los políticos rectifiquen, ni en que las instituciones reaccionen. En lo más duro de la crisis social y política, solo nos quedan Caritas y los jueces. La primera, para atender a quien no tiene nada; los segundos, para restituir un orden alterado y puesto al servicio de cuatro aprovechados.

Debe de ser agotador ver cómo de un caso, pongamos Gürtel, van apareciendo otros enlazados hasta el punto de constituir piezas separadas, como vimos ayer con la visita del Papa, el grupo Correa y Orange Market.

Para piezas, los implicados: los Correas o los Bárcenas que intentan hacernos tragar con ruedas de molino suizo. Para pieza, el que sale de un juzgado diciendo que ha cumplido “con su deber” porque ha ido a declarar a petición del juez sobre manejos turbios que conocía desde hace años. ¿De qué deber habla? Yo solo veo el de acudir a la llamada de un juez. Nada más. Porque si hace años que sabe lo que dijo ayer ¿no era su deber haberlo denunciado antes?

En ese contexto, también me admira que un juez o un fiscal anticorrupción se contengan y no abofeteen al “pieza” separado. ¡Por mí y por todos mis conciudadanos!, le diría yo al cruzarle la cara.

Enviado desde P'yŏngan del Sur, Corea del Norte.