Los de Lepe
Quienes me leen saben lo lejos que están de mí los remilgos para criticar cualquier comportamiento penoso de nuestra vida pública. Salvo la “peineta” de Bárcenas –que se califica por sí misma- todos han pasado por esta columna con más o menos asiduidad y más o menos venenoso comentario.
Por eso no sorprenderá que aplauda las alusiones ácidas en entregas de premios, programas de humor o cualesquiera ocasiones que lo permitan.
Pero lo valioso no es dar “collejas” verbales sino hacerlo con gracia y tronío. Al menos, eso es lo que espero de un colectivo al que ubico entre las Musas y al que exijo una calidad artística excepcional. Hablo de los miembros de la Academia de Ciencias Cinematográficas. De los “cómicos”, que diría Bardem.
Salvo cuatro o cinco alusiones un poco trabajadas, la Gala de los Goya fue lo más parecido a una fiesta de fin de curso con ganas de meterse con los curas del colegio. En ellas, los adolescentes intentan hacer bromas pero les salen pesadas, burdas, romas, sin profundidad, sin elevación, sin sutileza, sin fina ironía. Quieren hacer poemas hirientes de Quevedo y les salen chistes de Lepe. O, peor aún: ni siquiera se esfuerzan en imitar al maestro y solo aprovechan el micro para soltar improperios.
De ese calibre fueron muchas de las “puyas” a la Familia Real, al Gobierno o al PP. El único “malo” que se salvó fue la Iglesia por la reciente renuncia de Benedicto. Como digo, no me quejo de la reivindicación sino de la oportunidad perdida de demostrar que la Cultura es la capacidad de juzgar y analizar la realidad desde una mirada profunda. Diría más: me quedé con ganas de ver una gala en la que el leit motiv hubiera sido la exigencia de cuidado por parte de las autoridades públicas, desde el respeto pero desde un humor británico y demoledor. La fina ironía es como una lluvia ácida: puede ser más devastadora que un tsunami, porque cala y empapa, no arrasa con violencia.