Será que no entiendo de finanzas; que le tengo manía a las cajas que vendieron preferentes o que todo lo cojo por el lado trágico pero hubo algo en las declaraciones de ayer sobre Bankia que me dejó profundamente inquieta.
No fueron las cifras de pérdidas, aunque nos quiten el sueño a Rubalcaba y a mí, con esa afición a los ahorros extrem que tenemos los dos, clientes de la entidad. No tenemos acciones pero sí los ahorros de una vida.
Fueron, más bien, las formas de resumir su situación por parte de dos de los implicados o al menos dos de las voces acreditadas.
Por un lado, lo dicho por el presidente de Bankia, Goirigolzarri, al relacionar pérdidas históricas y “balance saneado y líquido” y por otro, lo comentado por el Secretario de Estado de Economía, que dio por hecho que es una entidad “saneada y sólida”.
El primero habla de “salud” cuando sus pérdidas alcanzan un récord desconocido en el mundo empresarial español. El segundo, la considera fuerte el mismo día que conocemos su sangría monumental.
Pero hay otra cosa que me preocupa y tiene que ver con el estado de la materia. Uno dice “saneada y sólida” y el otro, “saneada y líquida”, ¿en qué quedamos? ¿Es sólida o es líquida? Miedo me da que acabe siendo gaseosa.
A mí de pequeñita me explicaron que algo es sólido, líquido o gaseoso pero no puede tener al mismo tiempo dos estados distintos; lo que sí puede es transformarse. Es más, entre los procesos físicos que estudiábamos estaban la solidificación, la fusión, la evaporación y la condensación. En ellos el salto era gradual, de líquido a sólido o al revés y de líquido a gaseoso o viceversa. Lo raro era la sublimación, que a todos nos parecía un misterio, pues se ahorraba el paso intermedio, y nos costaba entender cómo pasaba de sólido a gas, o lo contrario, de un golpe.
Por eso, al ver la indeterminación del estado físico de Bankia, me temí lo peor: que acabara gas. O sea, en puro humo.