Si yo fuera la ministra de Empleo, me presentaría en el Congreso en la próxima sesión de control con un macetero de macramé. Digo macramé porque una, que no nació para las manualidades, consiguió sin embargo hacer unos maceteros preciosos en el colegio, en cambio perpetró una flor de punto de cruz en fondo negro que haría las delicias de mis críticos. Y mi madre –lo que son las madres, que se niegan a ver los defectos de los hijos- hasta me la enmarcó. Afortunadamente hace siglos que no la veo por su casa; confío en que haya desaparecido, se haya volatilizado o los hilos se hayan desatado solos para no seguir avergonzándose de sí mismos.
Por eso digo que yo, de la ministra, me llevaba un macetero, que es más aparatoso que el punto de cruz o los peúcos de perlé.
Sería una buena protesta gubernamental. Si lo hace, la portada del jueves es para ella: Báñez sentada en el banco azul haciendo punto o enredando el macramé.
La cuestión es dejar al PSOE en mal lugar después de que Jesús Ferrera, secretario de organización de la formación en Huelva, haya dicho que la ministra “estaría mejor en San Juan del Puerto haciendo punto de cruz que llevando una cartera de Empleo”.
Al leer sus declaraciones no sé si me ofendió más como mujer o como defensora de las artes y oficios antiguos. ¿Es rancio el punto de cruz? No lo creo. ¿Es cosa de mujeres? Pues allá los hombres porque se pierden una oportunidad de oro de encontrar cierta paz, desestresarse y evadirse de los problemas. El punto, la labor, los bolillos o el macramé proporcionan un momento de relax que no sé si consigue el golf. Y no lo sé porque nunca lo he probado.
Yo misma, si no fuera tan torpe, me adentraría en el maravilloso mundo de las labores. De las femeninas, según Ferrera. ¿Para cuándo ver a un hombre haciendo ganchillo? Y, por cierto, ¿para cuándo la dimisión de ese machista? Una mujer puede ser una pésima ministra pero no por ser mujer.