Hace unos días en Roma la misma Paloma Gómez Borrero nos decía a unos periodistas españoles que no iba a ser fácil ver la imagen de los dos Papas juntos. Podía resultar desestabilizador para algunos fieles, decía. Era sensato pensar así. Nunca se había visto algo semejante.
Sin embargo, ayer, la Iglesia nos sorprendió difundiendo no solo la foto sino el vídeo del encuentro entre los dos. Un vídeo sencillo que muestra a un Benedicto XVI envejecido, consumido y frágil que responde con un gesto agradecido cuando el Papa Francisco le dice que la “Madonna de la humildad” le había hecho pensar en él. Después rezan juntos y por fin, charlan.
Viéndolos juntos es difícil imaginar riesgos de cisma. No hay dos puntos de vista distintos ni oposición sino continuidad en el cambio. Posiblemente la Iglesia es de las pocas instituciones capaces de mantenerse en la transformación.
Uno de esos cambios es la transparencia. Lo que pudimos ver ayer parece impensable hace tan solo unos años. Ahora bien, después de asistir a la opacidad de un régimen como el chavista con la enfermedad y muerte de su líder, aún crece más ante nuestros ojos una organización que ha ofrecido radiografías, informes médicos y hasta imágenes de la agonía de un papa en directo.
No había más que asistir a las ruedas de prensa del portavoz vaticano para comprobar cómo se contesta pacientemente a todo periodista; cómo no se elude ninguna cuestión aunque no haya respuesta, por ejemplo, cuánto costó el cónclave, o cómo se sigue a disposición de los periodistas aun después de acabar unas extenuantes comparecencias. Igualito que en la vida política donde las preguntas están vetadas y las fotos, con suerte, robadas.
La Iglesia, de momento, ha demostrado aprender de sus errores y dar importancia a su imagen pública. Le va la credibilidad en ello y, aunque tiene mucho que mejorar, a veces parece más avanzada que otros centros de poder coetáneos.