Menos mal que hace sol y apetece salir. Menos mal que el tiempo acompaña y anima a tomarse un tercio en cualquier terracita aunque sea sin tapa porque no está el bolsillo para excesos.
Aunque parezca irrelevante, la primavera nos hace más llevadera la situación, esa difícil mezcla de ahogamiento económico y abatimiento moral, tras el conocimiento de corruptelas. Es un pésimo cóctel. En otros momentos, algunos conocían casos de sinvergüenzas en nuestro entorno, teniendo la cartera repleta, y se limitaban a murmurar “ay, pillines”. Ahora, no. La laxitud de otro tiempo ha dado paso a la tolerancia cero hacia el aprovechado. En toda la sociedad.
Y sufrimos. Sufrimos porque no solo tenemos dificultades para pagar la hipoteca; para llegar a fin de mes, para poner gasolina o para dar la paga a los hijos cada fin de semana. Encima hemos de ver cómo se han llevado nuestro dinero y aún se revuelven para no ser castigados. Sin devolver un euro. Faltaría más.
Por eso, en días como hoy, que parecen un remanso de paz entre tanta algarabía diaria de noticias complicadas, aún enfada más ver al tonto de Kim Jong-un jugando a los soldaditos con misiles de verdad y poniendo en jaque la estabilidad mundial. Como si no tuviéramos bastante con lo que tenemos encima.
Lo peor es saber que habrá que esperar décadas para verlo sentado ante un tribunal por masacrar a su pueblo. Con suerte. A su padre, sin ir más lejos, nadie le reprochará nada. Es la consecuencia de una ineficaz ONU y de unas instituciones internacionales que saben marcar el paso a países democráticos para que actúen según los requerimientos de un orden económico internacional mientras que son incapaces de poner en su sitio a un dictador enloquecido que tiene sometido a su pueblo y está acabando con varias generaciones incapaces de pensar y decidir por sí mismas.
Son preocupaciones que hubiéramos preferido mantener alejadas de un domingo de Resurrección cálido y primaveral como el de hoy. Lejos de las bravas del aperitivo que nos hacen creer que los malos tiempos ya han pasado. O al menos, que nos dan una tregua.