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María José Pou

iPou 3.0

La ternura

Si contáramos, veríamos cuántas veces ha hablado ya el papa Francisco, desde que empezó su pontificado, sobre la ternura. La última fue ayer cuando pidió a los sacerdotes que había ordenado en San Pedro que no tuvieran miedo “ a la ternura con los ancianos”.

No es el único. También Benedicto XVI habló del abrazo de Dios “lleno de ternura” hacia enfermos y ancianos y Juan Pablo II, de “la caricia de Dios”.

Todos ellos han reclamado un trato especial hacia el anciano que muchas veces se olvida en la familia. Ya sé que lo peor es que se olviden del propio anciano pero incluso aquellas que no lo dejan de lado parecen conformarse con que esté atendido, que tenga alimento y que tome sus medicinas. Sin embargo, los ancianos necesitan gestos de afecto como el comer.

Cogerles de la mano, darles un beso o acariciarles la mejilla con cariño les alimenta. No el cuerpo pero sí el alma. En la mayoría de ocasiones se nota cómo les cambia la cara, se les iluminan los ojos y estoy segura de que les baja la tensión.

Demasiadas veces olvidamos que no basta solo con ponerles la tele y asegurarse de que no se mueren. Por lo general se sienten débiles, les duele algo, no se ven con fuerzas y se dan cuenta de que lo que antes hacían en un momento ahora les cuesta toda la mañana. Se notan torpes, lentos e inseguros. Con el miedo de caerse o de no llegar a cada momento. Algunos –demasiados- creen que son un lastre pero no pueden hacer nada para evitar que les tengan que cambiar el pañal o que duchar.

En ese contexto, no es suficiente con meterles la comida en el buche y vestirlos a trompicones. Una palabra amable, un piropo o una sonrisa les hace sentir personas, no muebles viejos. Quizás no les alivie el dolor de huesos ni les devuelva la vista que las cataratas les han robado pero les da un calor más importante que el mejor de los menús.

Por eso cuando pienso en la anciana golpeada brutalmente en Albal creo que la justicia es demasiado laxa. Si nos sobrecoge y pedimos penas mayores con quienes abusan de niños, deberíamos exigir penas más duras también cuando dañan a ancianos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.