Una carta con una bala; unos cócteles molotov para la convocatoria de “Asedia el congreso” o un parlamentario que se levanta, se encara con el presidente a gritos y acaba por golpear violentamente su escaño. Posiblemente son tres hechos aislados pero son tres hechos de ayer y anteayer.
Podremos decir que sus autores no tienen relación y que cada iniciativa tiene un origen diferente y unas motivaciones distintas. Ahora bien, muchos actos similares comparten un elemento común: la legitimación de la protesta violenta que determinados grupos se han otorgado a sí mismos sin encomendarse a nadie.
Frente al llamado “monopolio de la violencia legítima” que el estado moderno concede a las fuerzas del orden para acabar con las guerrillas y vendettas familiares o de clan, llega ahora el uso de otra violencia, en esta ocasión, la violencia legitimada.
A diferencia de la anterior, la legitimación no procede del estado sino, al contrario, de la lucha contra el status quo, contra el sistema o contra lo establecido. Habiendo demonizado lo existente, la lucha contra el Mal no precisa discusión. Es una fe ampliamente difundida en la que los oficiantes son los grupos radicales; el demonio, los poderes clásicos y los mesías, aquellos que luchan contra ellos.
No estoy diciendo que no haya razones para levantar la mano y exigir que las cosas cambien. Pero una cosa es levantar la mano y otra, levantar la voz. Una, discrepar y otra, coaccionar al que piensa de forma distinta.
Sin embargo en la actualidad se está asumiendo como cierto que solo la imposición de la “verdad revelada” puede convertir a un mundo que cada vez amplía más la brecha entre ricos y pobres. El problema no está en el escrache ni en el asedio ni la bronca parlamentaria sino en la convicción de que no es la palabra ni el diálogo ni el contraste de pareceres lo que hace avanzar sino la fuerza, el grito o el puñetazo en la mesa. Se quiere hacer pasar por “indignación” lo que es incivilización.
Indignarse es no conformarse. Gritar, romper y patalear es ser violento e intolerante. Indignado pero intolerante.