Los personajes como Rafael Blasco me subyugan. Su capacidad para mantenerse a flote contra viento y marea; para defenderse de acusaciones vengan de donde vengan y para salir victorioso de cualquier batalla me parece admirable. Ya sé que algunos, envidiosillos, lo censurarán por ello pero en el fondo todos pensamos que esa destreza es innata, que no puede aprenderse. Hay que nacer con ella y disfrutarla. Hay que llevarlo en la sangre. O no tenerla.
Por eso lo que me preocupa de él desde hace tiempo no es su salida del PP. Ésa se veía venir con un final nada feliz, por cierto. En todo caso, la duda era saber cuándo y cómo, algo que empezamos ya a vislumbrar con el pulso entre él y Fabra y que se consumó ayer con su suspensión de militancia y la apertura de expediente.
A mí lo que realmente me atrae no es la caída tras una etapa de poder omnímodo. Eso puede deslumbrar a algunos, pero no es más que un ejercicio de control muy bien llevado. Lo fue todo, lo supo todo, lo manejó todo en tiempos de Zaplana y de Camps. Posiblemente se creó todos los enemigos imaginables. Y quiso mantenerlo todo, algo que le llevó al precipicio.
Lo que me tiene en ascuas, por tanto, no es su hundimiento sino su capacidad de recuperación. Eso es, en realidad, lo que le hace tan peculiar. Muchos antes que él han dominado la escena y los resortes del poder pero pocos lo han vuelto a hacer tras ser apartados violentamente en una etapa anterior.
Blasco ya salió del entorno del PSOE de un modo expeditivo, como ocurre ahora. Sin embargo, volvió con el oponente y logró hacerse un hueco en el PP hasta el punto de ser imprescindible y temido. Ahora está a punto de ser extirpado también del grupo popular. La pregunta es ¿hacia dónde irá? ¿Volverá a ser lo que fue? La respuesta más evidente es que su carrera política ya está agotada pero lo mejor de este tipo de personajes es que siempre mantienen viva nuestra capacidad de sorpresa. Nunca conviene darlos por finiquitados. El ave fénix no resurge de un mal día sino de sus cenizas, esto es, de lo que parece el final insalvable.