Dicen los aficionados que el toro de lidia acude al quite porque ve movimiento o porque ve colores fuertes, el capote rosa y la muleta roja. Dicen que es necesaria la fiesta para que este toro sobreviva. Dicen que no sufre; será que se divierte acorralado y rodeado de gritos, palos y amenazas. Dicen que hay igualdad entre el toro y el torero, uno con cuernos que pueden matar y otro, con espada que mata.
Dicen muchas cosas pero ayer los toros de lidia y los cabestros de Pamplona no obedecieron a su instinto: no embistieron a los mozos amontonados en la entrada de la plaza, no hicieron ni la cuarta parte del daño que podían haber hecho. No les hicieron lo que los humanos sí les hacen en cuanto entran en el coso. Aunque estuviera justificado. En los toros.
Y eso que tenían delante gente que corría, mozos histéricos y decenas de pañuelos rojos a los que embestir. Dirán que fue San Fermín quien los protegió pero yo solo vi a unos animales asustados, como siempre en la plaza, queriendo librarse de toda esa marabunta inquietante para volver a la dehesa donde se creen a salvo. Se sienten a resguardo porque no saben que es el lugar donde los crían para ser brutalmente masacrados después, con una saña que no permitiríamos en ningún otro animal. Ellos viven para eso, dicen. Triste sino el de quien nace para morir sufriendo con tal de divertir a unos cuantos. ¿Tendremos que torear a todas las especies en extinción, pues? Si el riesgo es que se extingan, habrá que llevar al ruedo a los pandas, linces ibéricos y grullas. El argumento es falaz y juega al animalismo. No preocupa el toro. Lo que se extinguiría es el negocio, no la especie o al menos no más que otras.
Lo único que nos rescata de esa podredumbre moral envuelta en los oropeles de la tradición y el arte –lo hay, sin duda, pero a costa del sufrimiento de otros- es que este año los Sanfermines hayan mostrado una cara poco favorecedora: la del sexismo, el abuso y los modos primitivos. Falta mucho para acabar con la barbarie, pero el camino comienza con un primer paso. Y ese, ojalá, se ha dado ya en Pamplona.