Primero fue la presidenta del FMI, Lagarde, quien admitió que su entidad había cometido numerosos errores en las leoninas directrices impuestas a Grecia. Ahora, De Guindos nos dice que el G20 ha fracasado en su intento por revitalizar la economía y crear empleo.
El problema no es que haya errado, sino que en algo sí ha acertado: en rescatar a los mercados financieros.
Eso indica, en realidad, que las políticas de las grandes instituciones internacionales -que imponen, sin que nadie les haya elegido, una forma de actuar a los distintos gobiernos- han olvidado al ciudadano.
Salvan mercados, finanzas, bancos, pero a costa del más débil, el individuo sometido a unas medidas que le asfixian para solucionar un problema creado por aquellos que rescatan -por su inacción- y por los rescatados -por sus abusos.
Pero, además, no hay un solo responsable que admita en público su error y deje su puesto o proponga disolver esas entidades de rostro difuminado. Nadie asume una sola responsabilidad por haber machacado a Grecia sin contar con que el paciente, para vivir, necesita respirar. Taponaron todas las heridas del cuerpo para que no se escapara el oxígeno que le insuflaban, incluyendo la boca y la nariz. Y a punto está de ahogarse.
Lo mismo sucede con el G20; si ha hecho malas previsiones y nos ha impuesto un recorte de déficit brutal que paraliza la economía, ¿quién nos asegura que las siguientes pautas o simplemente los análisis que hace sean fiables? Parece que vayan a ciegas o, peor aún, que tengan como prioridad el rescate de los dineros, no de los seres humanos que hacen cosas con ellos. Que eso lo haga un inversor, no es reprochable, es su negociado. Pero no podemos olvidar que los miembros del G20 no son financieros, son políticos, es decir, nuestros representantes que no velan por nuestros intereses, que fracasan al hacerlo y que no asumen coste alguno por ello. ¿Que ha de dimitir Rajoy? ¡Los que deben dimitir son todos esos que llevan años erigiéndose en el oráculo de Delfos con un rotundo fracaso como resultado!