Ratzinger y Bergoglio tienen mucho en común, aunque no lo parezca, pero hay cosas que los sitúan en las antípodas. Una de ellas es su relación con la prensa. Por una parte, está el contacto directo. El Papa Francisco pasó hora y media contestando a las preguntas de los periodistas en el avión de vuelta de Brasil. Estoy segura de que Ratzinger lo hubiera hecho también, sin miedo alguno, pero entonces no le dejaban. Quizás tenían razón porque el riesgo de polémicas era mayor entonces. ¿Un problema de Benedicto XVI? No creo que fuera solo eso. También había predisposición por parte de los medios. Cada vez que hablaba Ratzinger se le echaba todo el mundo encima y cada vez que lo hace Bergoglio lo sacan a hombros.
Las razones son complejas pero empiezan a vislumbrarse algunas claves. Una de ellas es el a priori. Ratzinger era sospechoso nada más abrir la boca, en cambio, ante Bergoglio, caen tosas las prevenciones. ¿Por qué? Habría que preguntarlo. Sobre todo teniendo en cuenta que el mensaje no ha variado, aunque así nos lo presenten.
Bergoglio es más mediático, dirán. Sin duda, más que Ratzinger, pero los periodistas no deben deslumbrarse solo por una fachada sino por contenidos y por mensajes de profundidad. También Juan Pablo II era mediático pero entraba en temas en los que (todavía) no ha entrado Bergoglio. Y, cuando lo hace, es políticamente correcto.
Veo a Bergoglio como un Juan Pablo II sin Ratzinger, es decir, un experto en la puesta en escena, sin una mano derecha que ejerza de guardián de la ortodoxia y que le obligue a mantener la firmeza en la forma de exponerla. No fue solo cosa del Prefecto para la doctrina de la Fe. Era también la personalidad y forma de pensar de Wojtyla la que le hacían entrar en cuestiones espinosas con puño de hierro.
Éste las evita. Tal vez sea eso lo que más me inquieta del papa. No entiendo que un papa no levante ampollas. El evangelio es misericordia pero también es molesto con el poder. No solo el político o el económico, que son los más evidentes, sino el de la opinión pública, a quien Bergoglio gusta de cortejar.