Dachau
Los críticos acusan hoy a la canciller Merkel de hacer campaña con algo tan sensible como el recuerdo del Holocausto. Es cierto que su visita de ayer al campo de concentración de Dachau resulta electoralmente rentable, sobre todo, incluida entre dos mítines. Sin embargo, todo gesto de repulsa y vergüenza, como ella dice que siente ante esa realidad, no resulta ni frívolo ni inoportuno.
Muchos menos viendo que en un país vecino y tan desarrollado como Suecia se producen crímenes racistas por razones religiosas. A eso responde la campaña iniciada entre escritores, intelectuales y personajes conocidos, que han aparecido fotografiados con el hijab, lo que solemos llamar “velo islámico”. Con ello quieren sensibilizar hacia un colectivo –mujeres musulmanas- que sufren discriminación por llevar la cabeza cubierta. El último caso fue el de una joven de 20 años embarazada que resultó atacada bajo una lluvia de insultos racistas. Como respuesta, hasta algunos hombres se han fotografiado con hijab para alertar acerca de un rechazo inaceptable en una sociedad avanzada.
Por eso, incluso aunque se beneficien, vale la pena que nuestros dirigentes lancen mensajes firmes contra la persecución por causas religiosas o a grupos simplemente diferentes. Dar por hecho que ese rechazo es normal es un caldo de cultivo que nos lleva a lo peor en situaciones límite. Lo vemos estos días en Egipto donde Amnistía Internacional ha pedido a las autoridades que protejan a los cristianos coptos de los ataques y amenazas continuas. A diario puede ser una molestia aislada pero va creando un poso que aflora, sin remedio, en generaciones posteriores. Es el futuro lo que nos jugamos, no solo un presente incómodo.