Las primarias producen en el PSOE un refinado discurso sobre las elecciones internas como muestra de democracia que resulta entrañable. Por un momento llegas a creer que es verdad y que la elección entre dos candidatos es un ejercicio de libertad aunque en el fondo sea una lucha entre la ‘familia’ defenestrada y la que ejerce el poder.
Los manejos son comunes a cualquier organización donde exista el ordeno y mando sin más explicación que unas órdenes emitidas por el hijo del jefe. Es cierto que en un partido no existe la sucesión dinástica al estilo coreano pero también hay filiación espiritual y cautiva.
Por eso no es tan entusiasmante el resultado de lo votado hoy y así lo hemos comprobado varias veces en el PSPV. Si el líder que salga no responde a los intereses de quien controla ‘el aparato’ acabará cayendo. No hay más que recordar a Joan Ignasi Pla, con más imagen que Alarte y que se vió en el pozo profundo del ostracismo socialista por otras obras en casa.
Lo más interesante, en cualquier caso, de estos últimos días es la necesidad de postularse como el mejor sin hacer de menos al otro, dado que no es contrincante sino futuro aliado contra el enemigo de verdad, el del PP.
Es una pieza que deberíamos rescatar dentro de unos meses cuando se celebren las elecciones autonómicas y municipales. Sobre todo porque no es una clave que debiéramos reducir solo a un uso interno. Es verdad que, para Gómez o Jiménez el problema es Aguirre; lo mismo en el caso de Calabuig y Mata frente a Barberá. Pero el batirse con un miembro de otro partido no debería cambiar el tono sino los argumentos.
Si los socialistas -al menos, los madrileños- han dejado claro que su oponente era la lideresa popular para evitar dañar a su compañero/a de partido, ¿por qué no mantener la elegancia también en las elecciones y no solo en las primarias?
Sería un modo eficaz de evitar el tono bronco, la descalificación y el insulto. Para ello, eso sí, deberían asumir que el líder de otro partido es compañero de interés: el bien común.