Todos hemos oído alguna vez la historia de algún matrimonio mayor en la que la muerte de uno de los cónyuges es seguida por la del otro en poco tiempo. Incluso puede que hayamos conocido algún caso. Unos días, apenas unos meses o, como ha ocurrido en Ohio, unas horas. Es lo sucedido con una pareja que estuvo unida durante 66 años hasta el pasado día 11 en el que falleció el marido. Ni un solo día han estado separados pues la mujer se unió a él once horas después. En ambos casos fue por causas naturales. Cuando sucede eso lo atribuimos al dolor de la pérdida y, aunque probablemente tenga mucho que ver la edad provecta de ambos (91 y 89, respectivamente), sí es cierto que en casos como ése, quien se queda siente que la mitad de su vida se ha apagado y, quién sabe, deja de encontrar un sentido a seguir viviendo.
Son esos momentos en los que entiendo la frase “la naturaleza es sabia”. Por lo general, no me gusta ni la comparto. Veo tantos casos de injusticia y absurdos a nuestro alrededor que me cuesta aceptar sabiduría alguna. Sin embargo, hay circunstancias en las que pienso que no es tan descabellado atribuir una cierta evolución que proporciona mejoras. Los religiosos dirán que es indicativo de la presencia divina y los científicos, que Darwin ya demostró cómo avanza la Naturaleza aunque sea a trompicones y pasos adelante y atrás. La cuestión es que cada vez me convenzo más de que la vejez es un avance natural. En ella, vamos perdiendo facultades y amigos. Nos sentimos cada vez más ajenos al entorno que nos rodea y echamos de menos a quienes nos acompañaban por el camino. De esa forma, nos prepara para la despedida. ¿Quién querría morirse si estuviera pleno de vitalidad y rodeado de amigos? A eso nos encamina la última etapa de declive. Para que no sea ningún trauma marcharse.
FOTO: diario La Razón, Argentina