El problema de los demagogos es que simplifican la realidad y la dividen en buenos y malos. No hay nada más efectivo para ganar apoyos que presentar como “el malo” a quien piensa lo contrario. Así, hubo un tiempo en que el “supermalo” era Bush. Bush hijo, que superó con creces al padre. No digo que fuera santo de mi devoción, que no lo fue, pero me pregunto si son admisibles sus maldades en su oponente político. Bush atacó Iraq sin mandato de la ONU ni coaliciones internacionales que lo avalaran; se amparó en un falsario informe sobre producción de armas de destrucción masiva; alegó luchar contra el terrorismo y terminó por no conseguir nada y desestabilizar la región. Por entonces quienes no queríamos una guerra evitable nos manifestamos por las calles de las principales ciudades españolas. Muchos no levantamos la voz contra Aznar o su contrario sino contra una decisión belicista que no iba a reportar nada bueno, como se ha visto.
Hoy echo mucho de menos esa iniciativa. ¿Dónde están las manifestaciones? Quizás sea porque no hay fotos en las Azores. De hecho, el gobierno español está manteniendo un escandaloso perfil bajo que indica su precaución para no meterse de nuevo en un agujero que le pase factura dentro de dos años. Hay que recordar que fue Rajoy quien perdió las elecciones de 2004 bajo la sospecha de que el brutal atentado de Atocha tenía en la guerra de Iraq su razón de ser. Tal vez no nos manifestamos porque no es Bush sino su contrario quien está a punto de iniciar una guerra. O porque no le llaman así. Se evita hablar de guerra y se usan requiebros lingüísticos para indicar que es un ejercicio de cirugía sin daños colaterales. Poco importa que en dos años hayan muerto decenas de miles. Obama se moviliza por 1400. Y los enemigos de Bush quizás hasta le den el Nobel.