Desde ayer salgo a la calle con prevención. No es por miedo a que una bici me dé un trompazo o a que una furgoneta de reparto me obligue a cruzar un paso de peatones con pértiga. El miedo me viene por las nuevas tasas que el ayuntamiento de Valencia va a implantar: por filmar en cementerios o por tener cajeros en la pared, por ejemplo. Se refugian, dicen, en un informe de la universidad, pero a mí me da que su contenido no era “revisión del Impuesto de Actividades Económicas” sino “nuevas técnicas de ordeño de los ciudadanos ya bastante exprimidos”. O sea, a ver de dónde podemos sacar algo de dinero.
Por eso me da aprensión exponerme al espacio público. Desde ayer, reviso todo lo que hago de puertas afuera para tomar conciencia de lo que es susceptible de pago. Caminar, usar semáforos o papeleras, disfrutar de un banco en la Gran Vía o refugiarme a la sombra de una palmera. Cualquier cosa puede ser tasable.
A veces, incluso, miro a Whisky, que pasea ajeno a los intereses municipales, y pienso “eres muy goloso para los vampiros municipales”. Entonces empiezo con mi “ahí, no, Whisky”, cuando pretende dejar un mensaje a los demás perros del barrio. Se lo digo, lógicamente en las fachadas, ruedas de los coches, farolas, papeleras, árboles, pivotes , semáforos… y al final me mira con las patas de delante tapándose sus vergüenzas y diciendo “¡dónde, por Dios, que ya no puedo más!”. No puede entender que en esta ciudad si eres perro solo tienes dos opciones: o incumples la ley o llevas pañal. Cualquier otra cosa es prácticamente imposible dada la escasez de parques que admitan perros y de pipicanes en ZLB, zonas libres de bicicletas asesinas. Yo sé de que no tardará en llegar una tasa por lo que él ensucia, aunque mis euros me cuesten las bolsitas que uso para que no sea así. Como tampoco tardarán los pagos por colgar la senyera en un balcón, por pulsar los semáforos de botón o por llevar carrito de la compra y desgastar así el asfalto.
En Valencia, la calle ha dejado de ser un espacio de relax, de uso gratuito, para convertirse, sin más, en un lugar común de tasación.