Es cierto que no son los únicos ni los primeros que usan esa forma de expresarse pero leer, como mérito, que determinados personajes públicos se ofrecen a la izquierda para derrotar a la derecha me desmoraliza.
No niego que sea gente con valor y con criterio pero solo el hecho de que el enfoque sea ése, derrotar al otro, ya me desanima. ¿Eso es todo?, cabría preguntarse. Y probablemente para muchos sí que lo sea. Si la política es eso, apaga y vámonos. O mejor dicho: puesto que la política es eso, ya no hace falta preguntar por qué sus protagonistas están tan alejados de la ciudadanía. Porque solo se ocupan de sí mismos: de ganar y de derrotar al otro.
Cabría esperar que, al menos, la derecha se presentara con algo más elegancia pero, aunque externamente lo haga, todo me indica que el fin es el mismo. Ciertamente la izquierda guarda bajo esas expresiones una especial inquina. ¿De verdad la urgencia en España es “derrotar a la derecha”? Aun estando de acuerdo en que resulta necesario derrotar unos planteamientos que están perjudicando al débil, lo que espera una ingenua como la que suscribe es que la prioridad de estos ilustres personajes no sea derrotar sino al paro, al fracaso escolar, al parón económico y al retraso histórico de nuestra cultura. En una palabra, no veo a esta gente dispuesta a lo que requiere la situación de nuestro país: unirse incluso al enemigo y al más odiado de los contrincantes para sacar adelante a España. Quizás es pedir demasiado al juez Garzón, divinizado en vida con más ahínco que Augusto en la antigua Roma o al rector de la Complutense cuya firma en esa carta le recuerda a una al presidente del Constitucional. Si el personaje es de izquierdas, no hace ningún mal declarando su afinidad aunque haya sido juez en la Audiencia Nacional o dirija una universidad. Si es de derechas, la cosa cambia. Entonces sus decisiones están bajo sospecha.
No me alegra ni esta carta ni su contraria aunque la firmara Aznar empeñado en ser protagonista. Son gestos que solo dan cuerda al duelo a garrotazos del que no terminamos de salir. Así nos va.