Yo de mayor quiero ser Mario Draghi. Ríete tú de David Copperfield, Houdini o Juan Tamariz. El verdadero mago es él. Echa unos polvillos en la moneda y brilla más que recién acuñada. Toca con su varita mágica cualquier cosa y el bastón se convierte en un pañuelo.
En estos momentos pasa por ser uno de los hombres más poderosos del mundo, y no lo digo por el cargo que ocupa de presidente del Banco Central Europeo, sino por su capacidad para decidir sobre nuestra ruina o nuestra felicidad. Él solo está en situación de hacer que el sol salga cada día o que las nubes nos cubran hasta la oscuridad más absoluta. Más que un mago, yo diría que es un dios. Esas cosas solo las hacían en sus tiempos Atenea o Zeus. Y ni siquiera sus secuaces. Era potestad de la divinidad hacer que el barco de Ulises zozobrara o llegara a puerto, para regocijo del propio Homero que veía así prolongar su folletín un poco más.
Lo que produce inquietud es ver, en efecto, cómo la vida depende de las decisiones de determinados personajes encerrados en despachos en los que nunca se va la luz por falta de pago o nunca se vacían los termos de café con leche por falta de un sueldo con el que comprar en el súper.
Es imposible que desde ahí se pueda tomar el pulso real a la vida de los ciudadanos de que dependen de ellos. Si en un tiempo fueron los reyes y señores feudales quienes vivían ajenos a la realidad de sus vasallos, ahora son los burócratas de cualquier pelaje y condición quienes deciden sin sufrir.
Tienen los anglosajones una expresión que siempre me ha subyugado para referirse a eso: “walk in my shoes”, anda en mis zapatos. Nadie puede entenderte hasta que no haya andando en tus zapatos. Es un modo gráfico de describir la empatía, la capacidad para ponerse en lugar de otro. Se me hace difícil pensar que quienes pisan a diario una moqueta impoluta, puedan entender qué significa andar descalzo en el asfalto. Quizás no podrían hacer su papel si no fuera así. A ver quién tiene estómago para tomar decisiones que destrozan la vida de las personas si les ven la cara y conocen su nombre.