Hay indultos que duelen. Lo sabemos bien por estos lares y en estos tiempos. Hay indultos que no parecen justificados y otros, que deberían venir casi de oficio. Que una madre, rehabilitada de una adicción a las drogas que le llevó a cometer un pequeño robo, tenga que ingresar en prisión teniendo tres churumbeles a su cargo y no habiendo delinquido más es un caso que toca las conciencias. Que le suceda lo mismo a un hombre que ha rehecho su vida tras una adolescencia tormentosa en la que hurtó mercancía de un supermercado sin que se le conozca más fechorías y diez años más tarde, debería ser tenido en cuenta por el propio tribunal que le condena. Al menos sustituyendo su pena por otra que no le exima de cumplir con la sociedad pero no le aboque al mundo del delito. Eso supone admitir que, en estos casos, la cárcel produce un efecto contrario al deseado: invita a delinquir. Es una realidad de la que no se habla porque, en nuestro sistema, queremos seguir pensando que la cárcel es solución y no fomento del problema.
Sin embargo, hay otros casos en los que el indulto es un insulto. No niego que todo español tenga las mismas opciones de acudir al Consejo de Ministros para solicitar un indulto. Ahora bien, cuando se trata de corrupción política, la magnanimidad debería estar prohibida. El castigo, en esos casos, tiene una función claramente ejemplarizante y sirve de aviso a navegantes. No se trata solo de castigar a quien ha trapicheado con dineros públicos sino a quien ha violentado, con desprecio, la voluntad y la confianza de los ciudadanos. A ése, ni agua, porque su pena no solo censura públicamente lo hecho sino que indica a otros, tentados de hacer lo mismo, cuál será el camino que seguirán si lo intentan. De ser indultado un personaje como Hernández Mateo, exalcalde de Torrevieja, no solo dará la sensación de impunidad sino que justificará la vista gorda ante la corrupción. Como si no hubiera habido ya bastante. Que le apoyen sus correligionarios dice poco de ellos. Humanamente es razonable, pero como diputados es un insulto a sus representados.