Las playas se llenaron ayer de granizo en El Campello y la nieve ronda hoy nuestra tierra, entregada hasta hace poco al cálido abrazo del sol veraniego. Es ajustada metáfora de lo que sucedió ayer en Les Corts y las calles adyacentes, en donde esperaban su anunciada sentencia los trabajadores de RTVV. Hemos pasado del fasto y el despilfarro al frío granizo del cierre y el manto gélido del olvido. La diferencia es que los cambios meteorológicos, por bruscos que resulten, pueden preverse pero no evitarse. Los meteorólogos se limitan a anunciarlos y explicárnoslos. Sin embargo, los otros, los que dependen de decisiones humanas y de los que dependen vidas, haciendas y culturas populares, han podido ser calculados, medidos y amortiguados.
No ha sido así. Han podido sentarse mucho antes, revisar, analizar y buscar alternativas pero no han querido. Lo han resuelto a cara de perro. Me tiras, te denuncio, me empapelas, te callo por siempre. Se acabó. Cero en inteligencia emocional. Pura testosterona, se llame ideología o negocio. Chulos de barrio retando al contrario. No ha habido voluntad de lograr un proyecto común, plural y al servicio de todos.
Por eso no valen ahora lamentos ni justificaciones peregrinas. De poco sirven ahora propuestas de sacrificios colectivos. ¿Por qué no antes? Porque los tribunales lucen más. No vivimos tiempos de acuerdos sino de retos. Lo que ha ocurrido en RTVV es que se ha sustituido el pacto por el pulso. Y algunos han ganado y otros han perdido.
Tampoco vale anunciar que otro llenará el lugar que deja RTVV. Si no es negocio, ¿por qué lo va a ser para una entidad privada? Y si consigue que lo sea para ella, ¿por qué no aplicar un modelo semejante, con los correctivos necesarios, a un servicio público? No se ha querido. Desde hace muchos años. No se ha querido salvar. Se ha querido usar. Se ha usado. Para hacer gobierno y para hacer oposición. Y ahora solo nos quedan los destrozos de un granizo violento e inmisericorde. Cristales rotos, campos arrasados y coches abollados. Burjassot es ya la zona cero de los malos usos en política.