Me preguntaba ayer la hija de una amiga por qué era tan especial Miguel Ricart, entre las decenas de delincuentes que están saliendo a la calle en estas últimas semanas. Ella no había nacido cuando España entera se conmocionó al conocer lo sucedido en Alcásser y espero que nunca tenga que vivir jornadas como aquellas. Espero también que no conozca la peor cara del periodismo como lo vimos entonces. Es ésa que pone el beneficio por delante de todo, de la verdad, de la justicia y de la humanidad. Ésa que es capaz de preguntar a una madre qué siente ante la violación y muerte de su hija. ¿Qué siente? No hay palabras en el diccionario para decirlo y menos, para resumirlo en un titular.
La prensa nunca tiene fácil explicar sentimientos, como ahora no consigue describir qué sentimos los valencianos al ver a Miguel Ricart en la calle. Lo realmente grande es lo que no sentimos o aquello que somos capaces de controlar. Lo asombroso es que una sociedad no se rebele y tome la justicia por su mano. Es la mejor señal de madurez democrática que podemos ver y enseñar a las siguientes generaciones. Ahí está la noticia.
Por eso me produciría verdadero asco ver a Miguel Ricart en un plató de televisión, tal y como presumía en la cárcel que haría al salir. Después del terrible circo al que asistimos en Alcásser y en algunos platós más tarde, volver a escenas semejantes sería un “revival” penoso e indigno. Invitar a Ricart a la televisión sería la forma más directa de “cavarse la tumba” profesional. Esta sociedad no entendería que se le diera ocasión de explicarse, justificarse o ir de víctima. Mucho menos, de hacerlo previo pago. La audiencia sería de récord, sin duda, pero el descrédito, también. No queremos escucharle ni saber de sus cuitas. Eso solo avivaría el dolor adormecido que es el que sienten las familias ante una tragedia así. El dolor nunca se va. Se calla. Por eso es cruel despertarlo cuando se ha conseguido dormir. El periodismo de este país, tan castigado por la crisis, tiene un papel que hacer: demostrar que su existencia nos engrandece, no al contrario.