A menudo, se reprocha a la Iglesia que sumiera a este país en el retraso durante siglos. Es cierto que determinadas posiciones supusieron la persecución de ideas, con gran perjuicio de la cultura patria. Sin embargo, a pesar de algunos dinosaurios, ya no vivimos ese momento. La libertad de culto y la de pensamiento indican que España ha superado las limitaciones antiguas.
Pero la Iglesia no ha tenido el monopolio del extremismo. Los curas “trabucaires” comparten ese dudoso privilegio con los “quemaconventos” aunque ninguno admita que se sitúan al mismo nivel: el de la intolerancia.
La intolerancia es una venda que impide ver la magnitud de iniciativas como “Las edades del hombre” o, en el caso valenciano, “La luz de las imágenes”. Para algunos, la restauración de una ermita o de un Cristo sirve a una entidad privada, la Iglesia. Sin embargo, contemplar así el patrimonio es mirar con esas gafas de feria que llevan pintados unos ojos en los cristales: parece que mira, pero quien las lleva no ve nada. Lo que se ha hecho durante estos años desde “La luz de las imágenes”, que acaba de inaugurar su última exposición, es rescatar tesoros comunes. Esa ermita no es un chalet ni ese Cristo es un cuadro que puedan enriquecer a su dueño en Sotheby’s. No los va a subastar. Tampoco para los vecinos de esa localidad son tesoros de un particular, son de todo el pueblo; son “su” ermita y “su” Cristo, el de sus padres y abuelos. Y ése es el fundamento de la inversión que requiere el patrimonio, sea un convento o una fábrica: es nuestro tesoro, y nuestra historia que, inevitablemente, tiene que ver con lo religioso. La cultura europea no se entiende sin la religión y, a la vista del patrimonio que tenemos, no parece que debamos lamentarlo. Tampoco el trabajo realizado desde la “La luz de las imágenes”. En estos tiempos de ajustes, reclamamos que no se recorte en cultura. ¿Acaso no son cultura las 2.796 obras restauradas? ¿No merece atención el centenar de pueblos a los que pertenecen? Sin esta iniciativa quizás se hubieran perdido. Y no los hubiera perdido una entidad privada sino todo el pueblo. Toda la Comunitat.