Hay muchas formas de presentar como honorable la salida forzada de una organización, un partido político o una empresa. Pocas son tan convincentes -o, al menos, lo pretenden- como afirmar con seguridad que uno se va porque quiere, porque le pagan más o porque lleva tiempo pensándolo y por fin se ha decidido.
Quienes conocen al sujeto saben lo que tiene de verdad esa argumentación cuando lo han visto llorar por las esquinas cada vez que el jefe lo ha maltratado o ha amenazado con expulsarlo. Todo ello se torna en voluntad propia cuando llega el momento de explicárselo a los ajenos y sobre todo a uno mismo en ese ejercicio tan común de autoengaño.
Por eso sorprende la justificación que Alex Vidal-Quadras ha dado para explicar su cambio de partido tras 30 años en el PP. No se va por convicción, por vocación inherente en su piel desde niño ni por réditos electorales inmediatos. Aunque los haya y estén calculados, Vidal-Quadras ha dicho que se va porque le habían mostrado el camino de la puerta. No se puede decir más claro: se va porque le echan.
El suyo es un modo muy refinado de expulsión. No mover un dedo para que a nadie le acusen de ser un déspota que decide el compromiso de los demás, pero ser lo suficientemente explícito en el ninguneo como para que el personaje en cuestión se sienta aislado y decida marcharse. Diríase que lo sufrido por Alex Vidal-Quadras es una especie de “bullying” político, que también lo hay.
No estoy convencida de que sea así pues en esto de la política es muy frecuente que uno lamente su suerte y diga que es injustamente perseguido simplemente porque no toca poder. En eso no difiere de casi ninguna despedida sorprendente. Ni tampoco la fundación de nuevos partidos. A UPyD me remito. Con Vox es posible que nos encontremos algo similar, no achacable a Ortega Lara pero sí a otros personajes como el dirigente popular catalán que dice haber sido invitado a irse. Puede que todo se deba a un intento sincero por defender un proyecto que ya no ve recogido en el programa y la línea del PP pero la sospecha es inevitable. Al menos, le honra la sinceridad. Se va porque no le quieren.