Recibir un email de la empresa en la que el jefe explica las excelencias de su gestión no es tan raro en el mundo laboral. Por eso cuando supe la noticia de los emails que se recibían en la Delegación del Gobierno criticando al PP no me pareció nada de particular.
Hay una diferencia, sin duda: es público, no privado, de modo que no es necesario convencer a los funcionarios de que el jefe es el mejor. Simplemente él manda y mandará hasta que alguien decida cambiarlo, cosa que no ocurrirá con los funcionarios que podrán decir, como Isabel II a Tony Blair en la película The Queen, «he visto pasar a muchos jefes de Gobierno desde Churchill hasta usted».
El funcionario es consciente, pues, de que ahora están éstos y mañana, aquellos, de modo que tampoco hay que tomarlos demasiado en serio. En ese contexto, parece ridículo que se les intente adoctrinar. ¿A ellos? ¿Para qué? Seguirán ahí aun cuando el partido en el gobierno pierda las elecciones y también cuando, recuperado el poder, vuelvan a llenar esas mismas oficinas los que estaban antes de los de ahora.
Además los funcionarios no escogen a su jefe ni determinan un resultado electoral de modo que no tiene sentido darles consignas o venderles las bondades de una gestión. Entre otras cosas porque ellos son empleados y los más críticos con un jefe son sus subordinados. Nadie mejor que un funcionario para ofrecer razones para la desconfianza. Él conoce mejor que nadie las tropelías, las chapuzas, las engañifas y todo lo que hay entre bambalinas. Así resulta difícil hacerle un creyente fiel. Será un profesional y cumplirá pero nadie le podrá exigir que se lo crea.
Por eso el envío de consignas no tiene más sentido que presionar a los díscolos o hacer que sea conocido por la opinión pública. Lo segundo está conseguido y no tiene importancia pero lo primero es preocupante. ¿Tendrá Peralta problemas internos por una gestión impopular?
De cualquier forma debe de ser molesto ser adoctrinado. Aunque no sea eficaz. Los funcionarios son empleados. Públicos, pero empleados. Y, como todos, suelen renegar más que aplaudir a su jefe.