Recuerdo una serie de televisión en la que unos niños se camelaban al párroco para que les dejara sacar las famosas huchas del Domund que representaban al negrito, al chinito o al indio. Con su aparente beatería, lo que pretendían era sisar al pobre cura y quedarse una de cada tres monedas que los buenos parroquianos echaban para las misiones.
Cuando leo los detalles de la investigación en torno a la presencia de la trama Gürtel en la visita del Papa tengo la sensación de que Correa y los demás, de ser ciertos los informes policiales, actuaban como esos pillastres, ofreciéndose a la Iglesia para aportar su contribución a la causa cuando, en realidad, la única causa que entendían era la propia.
Ellos y algunos beatos de boquilla. El truco es el mismo: arrimarse a la Iglesia para aprovecharse. Podrá decirse que no es cierto lo que recogen los informes de la UDEF pero a mí me cuesta pensar que la policía sea impecable en su tarea para resolver el caso Blesa, el caso Díaz Ferrán, el caso Millet o el caso Bárcenas y justo en el Gürtel sea tan mala como dicen algunos en el PP.
A estas alturas ni santifico ni condeno a los infiernos a nadie, sea político o policía, pero repito que es difícil aceptar por válidas las gestiones de la UDEF en otros casos y no en el Gürtel. Por eso, si nos atenemos a lo conocido, la conclusión es descorazonadora. Todo era oportuno para el enriquecimiento de unos pocos. Unos que fueron aupados, protegidos y defendidos por nuestros dirigentes. Ya sé que todo está aún en proceso de investigación y nada me alegraría más que saber que lo leído es fruto de un exceso de celo de la policía. Prefiero un exceso en eso que en la magnanimidad hacia los amigos de lo ajeno/público que pueblan nuestras tierras.
Sin embargo, es un calvario que debemos recorrer y asumir. Justo ahora que acabamos de empezar la Cuaresma, nos llega la última penitencia que hay que cumplir: conocer si se aprovecharon de la visita del Papa para hacer negocios privados, privadísimos, y clarificar todo lo sucedido. Da igual que sea el monaguillo. Él, más que nadie, debe dar ejemplo de desapego a las riquezas.