Ahora ya sé por qué era un error que se contratara un “coach” para Alberto Fabra. No era por el dinero que costaba o lo impropio de que un líder aprendiera a serlo estando en el cargo para el que debía prepararse. Fabra no lo necesitaba porque ya tenía un “coach”: Alfonso Rus.
La lección que ayer le dio el presidente de la Diputación es de primero de “coaching”: la autoconfianza como motor del liderazgo. Decía Rus que Fabra no debe seguir repitiendo que “quiere ser candidato” sino que “va a ser presidente”. El dirigente popular resumía así cómo se comporta un verdadero jefe: yendo de líder. O él mismo se lo cree o los demás no tienen nada que hacer para que el mundo lo vea como tal.
Quiso la casualidad que su comentario coincidiera con las exequias de Adolfo Suárez, un personaje lleno de carisma que bien puede servir de ejemplo en el practicum de Fabra. Suárez decía, mucho antes de llegar a La Moncloa, que iba a ser presidente de gobierno. Para su entorno, probablemente, aquello sonaría a ilusión imposible de cumplir, a ínfulas de grandeza, a sueños de chico de provincias. Sin embargo, se empeñó y lo consiguió. Es verdad que solo el empeño no logra ver realizado un deseo pero sin él, aún tienen que conjurarse más fuerzas de la naturaleza para materializarlo que con el empuje de la convicción.
En el fondo los políticos han de hacer un difícil equilibrio entre autoestima y humildad. Tienen que mostrar seguridad pero no chulería. Deben hacer ver que saben lo que quieren, adónde van y por dónde caminar con más garantías. Sin embargo, esa confianza no puede llegar al extremo de despreciar los puntos de vista ajenos ni la participación de otros para alcanzar sus propios logros cuando el concurso de aquella sea necesario. Deben mostrar que están preparados y son la mejor opción aun cuando la elección corresponda a otros. A esos les tocará escoger pero, si quieren lo mejor, tendrán que apuntar hacia el líder nato. Ése es el mensaje. El problema es si el interesado ya sabe que no será el escogido. Aún así, deberá insistir, le diría un buen “coach”. Por autoestima y porque en política nunca se sabe.