Llevan semanas hablando de ello y yo llevo semanas mordiéndome la tecla para no tratar el tema. No es que me moleste. Es que me importa tanto como saber el número de veces que se cepilla el pelo un miembro de One Direction al cabo del día. Aproximadamente, nada.
Sin embargo, ellos siguen con el tema, erre que erre. Que si el PP debe escoger la plaza de toros para celebrar el mitin de Valencia. Que si es mejor optar por otros formatos menos arriesgados. Que si el PSOE ya ha renunciado a los mítines por las mismas razones, por miedo a no llenar. Que si el PP aun tiene suficiente fuerza como para conseguirlo.
Si el debate es real, no hace falta una respuesta. La misma duda ya envía al electorado un mensaje que no borrará salvo que consigan un llenazo de órdago. Si el debate es intencionado, el objetivo puede ser desgastar al PP –si lo ha iniciado el enemigo- o mejorar su imagen –si es cosa del propio partido. La estrategia es ofrecer de antemano una perspectiva negativa para contrarrestarla con una positiva sin excesos que, a la luz de las malas previsiones, en realidad parezca multiplicarse. O sea, que el electorado, convencido de que “pinchará”, se encuentre con una media entrada que le dé la impresión de éxito total.
La decisión para el PP valenciano es complicada. Creadas las dudas sobre el asunto, no tiene más remedio que celebrar el mitin en la plaza de toros. No hacerlo sería una confirmación del fracaso, sin que éste se haya producido. Ahora bien, si quiere asegurarse el éxito, dadas las previsiones, tiene que introducir a otros colectivos interesados, más allá de los aficionados al todo gratis, con bocata, autobús y excursión en Valencia. Por ejemplo, los seguidores de Justin Bieber, que darían mucho color haciendo cola varias noches antes del mitin; los papaboys, que llenan plazas sin importar el tamaño, o bien los damnificados por la mala gestión del Valencia C.F. que necesitarían todo un estadio para reunirse. Lo malo, en todos los casos, es su dificultad: no es sencillo traer a Justin ni a Francisco. Y mucho menos, lo peor de todo, arrancar el aplauso de los valencianistas.