Mª Dolores de Cospedal tiene la habilidad de enervarme hasta cuando dice cosas con las que estoy de acuerdo. Mira que es difícil enfadarte con quien defiende lo mismo que tú pero hay modos de hacerlo que consiguen sacarte de quicio. Sospecho que ya tengo cierta predisposición a escucharla subiendo una ceja pero difícilmente consigue que la baje al terminar de hablar. Y no es por ser del PP ni de Castilla-La Mancha ni rubia de bote. La prueba es que a Espe, con todo lo que es, le tengo más simpatía y, de la propia Soraya, aun cuando no comparta el fondo de lo que dice, suelo aplaudir la forma de decirlo.

Pero con Cospedal, todo me parece mal, valga el pareado. Ayer, sin ir más lejos, fue a cuenta de las palabras de SuperCañete. Dijo la secretaria general del PP que “muchas mujeres ya están hartas de que el PSOE se apodere de la bandera de la mujer”. Tiene razón. A algunos les falta tiempo para agarrarse al palo de cualquier bandera que suponga un “premio seguro”, ya sea la igualdad, la inmigración, la lucha contra la homofobia o la defensa del Ártico. Y no es que esté mal. Cualquier causa que merezca el apoyo debe ser defendida. Ahora bien, el problema es el listo que no pierde ocasión de cultivar una imagen de luchador empedernido frente a un mundo hostil lleno de recalcitrantes que, curiosamente, pertenecen al oponente.

En realidad, de lo que estamos hartas las mujeres es de que se nos tenga que abanderar permanentemente. Ni tutelar ni abanderar. Nosotras sabemos defender nuestra causa. Lo que necesitamos, o mejor dicho, lo que exigimos es que quienes organizan la convivencia, desde las instituciones, se preocupen por permitir que hombres y mujeres tengamos las mismas oportunidades. No queremos discursos ni de unos ni de otros. Ni del que teme ofendernos en un debate ni de quien cree que nos convencen las palabras y no las decisiones. La mujer no debería ser un “topic”, un tema de campaña. Mala señal es que lo sea. Significa que aún queda todo un mundo por construir y que seguimos siendo mujer-objeto, usadas en propio beneficio. Unos las usan para obtener placer y otros, para obtener poder.