Empiezo esta columna sintiendo que me ha poseído el espíritu de Pajuelo. Leo la primera frase y me parece estar escuchándolo: Hay que besarse más. Pocos, como él, lo dirían con tanta convicción. Ya lo estoy viendo. “Señores, besémonos”, diría si le dieran un micrófono en cualquiera de los mítines aburridos, previsibles e inútiles que llenan nuestras ciudades en estos días. Y una servidora no solo le aplaudiría sino que le votaría. Y hasta le plantaría un sonoro ósculo que rubricara mi apoyo. Casto, por supuesto. Tanto como el que se dan sin darse Mónica Oltra y Mireia Mollà en una revista que defiende los derechos de gays y lesbianas. Se abrazan, se acercan y hasta cierran los ojillos pero la cosa no pasa de ahí. Insinúan sin mostrar, que siempre resulta tan fino.
Cuando vi las fotos empecé a reconciliarme un poco con la clase política. No tanto por el apoyo a la causa, que les viene muy requetebién en víspera de la octava electoral, sino por la defensa del beso. Si nuestros representantes públicos se besaran, achucharan e hicieran mimitos con más frecuencia, nos evitaríamos muchos disgustos y escenas de odio africano como nos brindan constantemente los políticos valencianos.
Ya sé que ellas lo hacen para apoyar las reivindicaciones del colectivo homosexual y de paso provocar un poco, que algo queda, pero a mí me interesa el gesto en sí. El beso como relación social.
Estamos acostumbrados a dar dos besos a gente recién conocida a la que, quizás, no volveremos a ver o cuyas andanzas nos preocuparán lo mismo que la crecida del río Yang-Tsé en primavera. Sin embargo, obviamos lo que el beso tiene de manifestación de afecto, de reconocimiento, de obsequio amoroso. E incluso de cierta reverencia hacia el otro. Besamos a un niño para que se le pase el berrinche, una reliquia para mostrar devoción y hasta besarán la Copa los jugadores que hoy ganen la Champions. Son todos ellos besos sinceros que vinculan con lo besado. Como apropiándose un poco de ello. Por eso nuestros políticos que tanto se tiran de los pelos deberían saludarse con un beso. Como si de verdad se tuvieran afecto. Y hasta ganas.