Al grito de “Liberáte”. Así tendríamos que celebrar hoy que por fin ha llegado el 3 de julio. Al ritmo del Titi y su empeño por cantar a pleno pulmón eso de “no vivas más oprimido/busca tu felicidad” en los tiempos en que el Orgullo se quedaba entre las paredes del Pasapoga o del teatro Alkázar de Valencia.
Y aunque estemos en la semana del Orgullo gay, la liberación de la que hablo no tiene nada que ver con la condición sexual sino con la fiscal, que también tiene su armario, su opresión y sus deseos de romper cadenas. Hoy, según un estudio que acaba de publicarse, terminan los meses de duro invierno, es decir, los meses en los que nuestro trabajo se ha destinado exclusivamente a pagar impuestos. Es lo que llaman “el Día de la Liberación Fiscal”.
Según esos datos, los valencianos dedicamos más de la mitad del año -185 días de media- a trabajar para entregar la cosecha al señor feudal. Lo que ganamos en el resto de los 365 días ya es para disfrute propio. Es decir que hasta hoy, o mañana, los madrugones son para cubrir lo que el Estado nos reclama. Lo peor del informe es saber que la mayor parte del dinero recaudado se destina a gasto público y que varía según la Comunidad Autónoma. De ese modo, Valencia está entre las peor paradas, seguida de Castilla-La Mancha, Cantabria y Cataluña. Para estas, la liberación no llegará hasta el fin de semana.
Visto así, cuesta más levantarse cada mañana y leer, entre la neblina del café con leche, que uno se lo llevó a Suiza, otro, a Pedralbes y otro, a enterrarlo en vida pavoneándose con los poderosos en el Escorial. Su infamia es directamente proporcional a la deuda que nos ata durante la mitad de la vida. Es como estar encerrado en el cuerpo de Segismundo durante seis meses y pasar al de Conchita Wurst, los otros seis. Primero penando entre los fríos muros de la cárcel y soñando “que en otro estado/más lisonjero me vi” y luego, liberado al fin, sospechando que todo era una pesadilla y que se podía ganar Eurovisión con barba y lentejuelas. Sin embargo, la libertad durará poco, pues habrá que volver, como Sísifo, al punto de partida cada primero de enero.