Tras el triunfo de “Podemos” en las Europeas de mayo, todos los analistas coincidieron en dar por finiquitado el bipartidismo que algunos han demonizado reduciéndolo a la alternancia de Cánovas y Sagasta. Una cosa es que las opciones de un lado y otro del espectro político tiendan a asociarse para ser más fuertes y otra, que el gobierno se reduzca al intercambio entre las dos fuerzas más votadas. El problema, para éstos, es la existencia de mayorías absolutas frente a la necesidad de pactos a los que obliga una mayoría con apoyos. Esta última no solo evita el “rodillo” de un solo partido sino que requiere de la existencia de otros pequeños con los que asociarse para gobernar. Eso es lo que anunciaba en mayo el mapa electoral de España: era el momento de la fragmentación, de la disolución de las grandes mayorías y la entrada en los parlamentos de grupos minoritarios, representantes de una voz muy determinada.
Apenas han pasado unos meses y ya nos encontramos con Consejo Extraordinario en UPyD para analizar su alianza con Ciutadans o a Compromís y EUPV apuntando la posibilidad de “candidaturas unitarias” para las próximas municipales. Es verdad que esta última iniciativa ha surgido, según sus promotores, como respuesta a la reforma electoral que plantea el gobierno. Se lleve a cabo o no esa reforma, lo cierto es que la fragmentación incomoda a todos, incluso a los propios partidos pequeños que se ven en clara desventaja. De triunfar esta tendencia a la “unión por imperativo electoral”, de poco habrá servido el “triunfo” aparente de la minoría frente al bipartidismo. Tendremos grandes opciones, como antes, pero muchos más frágiles porque no dejan de ser “uniones de conveniencia” en lugar de alianzas con vocación de permanencia. Aunque ésta solo dure unas pocas legislaturas.