Las aguas del Estrecho de Gibraltar son peligrosas pero no quiero ni pensar en las que bañan el Canal de la Mancha. Allí no es mar abierto pero tampoco son playas amables del Mediterráneo sino acantilados de un Atlántico embravecido a los pies de Dover. No puedo imaginarme una patera pasando por donde navegara la Armada Invencible rumbo a su triste final. A pesar de eso, hay inmigrantes esperando en Calais para dar el salto a Gran Bretaña como los hay en el Gurugú para llegar a la Península. Para evitarlo, las autoridades británicas ya han advertido de las consecuencias de ser “ilegal” en el Reino Unido y de la instalación de vallas que les impidan acceder. Vallas proporcionadas, además, por la propia OTAN, que han sido utilizadas para garantizar la seguridad en la cumbre de Newport. No deja de ser simbólico que una de las tareas de la Alianza Atlántica sea ahora proteger a Europa de los hambrientos o amenazados del mundo. De la política de bloques y la guerra fría hemos pasado a un Norte “amenazado” por el Sur y a la “guerra ardiente” de quienes escapan de la pobreza y la violencia extrema.
Creemos, torpemente, que basta con unos mínimos de Cooperación para que no pidan a las puertas de nuestras iglesias aunque terminen haciéndolo en las de Europa. Del mismo modo, nos conformamos con guerras fuera de nuestro territorio y con vender armas a quienes están lejos para que no nos salpiquen pero acaban, como ahora, llegándonos oleadas de sirios, libios o iraquíes que dejan atrás las ruinas de su país natal. Lo curioso de este caso es que la más enfadada es la alcaldesa de Calais, no las autoridades de las islas. Es la alcaldesa la que ha dado un ultimátum a Reino Unido para que muestre suficiente dureza como para desincentivar a quienes contemplan Calais como la puerta del paraíso. Dureza que debe extremarse con las mafias, no con las víctimas. Del mismo modo que se persigue al traficante y no al consumidor de drogas, o al agresor de su pareja y no a quien padece sus abusos, contra los traficantes de personas, la persecución ha de ser implacable. Muchas veces vemos cómo se piden incrementos de las penas contra pederastas, contra asesinos machistas o contra terroristas pero nunca contra quienes juegan con la vida humana. Sin embargo, lo suyo es un terrorismo social que abusa, además, de la desesperación de los más débiles. Contra ellos, Europa debería ser implacable y exigir a sus vecinos que lo sean, tal y como exige cuando negocia la cuota pesquera o la importación de cítricos. La política de Defensa no es la única inexistente en la Unión. También la que debería imponer sanciones graves a quienes permiten y alimentan esas redes de personas. Si es necesario que en eso actúe la OTAN que lo haga como lo hace contra la piratería somalí. ¿Es más valioso un carguero que una patera? Mejor no saberlo.