Aquí los conocemos como los “hermanos de San Juan de Dios” aunque yo prefiero la forma que tienen los italianos de llamarles. Para ellos son los “Fatebenefratelli” lo que no deja de recordarme aquello que San Pedro decía de Jesús: “pasó haciendo el bien”. No se puede resumir mejor la vida de una persona sea o no creyente. Por eso me gusta tanto la denominación italiana de la Orden de San Juan de Dios. Pasan haciendo el bien. Como el fallecido Miguel Pajares y su compañero Manuel García Viejo que será repatriado de Sierra Leona en breve, también enfermo de ébola. Prueba de su entrega es que son ellos los que enferman, los que siguen ahí a pesar del enorme riesgo y de haber visto morir a sus “hermanos”, los que no salen huyendo aunque algunos malnacidos les atribuyan miedos ahora. Si se hubieran dejado abatir por el terror, habrían vuelto a España hace ya muchos meses o años. No llevarían tres décadas en África, como Manuel García.
Hay algo que caracteriza a estos “fatebenefratelli”, como a tantas órdenes religiosas: han decidido estar con el más débil, con el “vulnerable”, dicen en sus folletos. Los vulnerables son los más necesitados, olvidados, en riesgo de muerte, violencia o exclusión. Así trabajan ellos también en Valencia: con los sin techo, con los enfermos, con quienes están en proceso de desintoxicación o con familias sin recursos. En una palabra, con los “vulnerables”.
Entre todas sus acciones hay una que me conmueve por su sensibilidad. Es una especie de comedor social. Y digo “especie” porque en verdad no lo es. Es más que eso. Si algo caracteriza a esta orden, como a la mayoría de religiosos que cuidan de personas necesitadas, es la delicadeza con la que las tratan. No todo consiste en alimentar al hambriento sino en hacerlo sin humillarle ni dejar que se sienta un desgraciado. Cuidando su dignidad al máximo. Así, los “fatebenefratelli” tienen en el barrio de Zaidía de Valencia un programa que se llama “Menú en familia”. Consiste en preparar la comida para familias necesitadas pero en lugar hacerles pasar por el trago de comer de la caridad a la vista de todos, la entregan a uno de sus miembros que la recoge y se la lleva a casa. De ese modo evitan que los niños se sientan significados y reproducen, lo más posible, un entorno normalizado en el hogar de esos críos. Lo mismo ocurre en África. No montan un hospital y se van a dirigirlo desde la tranquila Europa sino que se quedan cogiéndole la mano a los enfermos para que crean que todo va bien, tanto que no tienen miedo de ellos. Los “fatebenefratelli”, al menos, no. Y si lo tienen -que lo tendrán- rezarán más pero no para evitarlo sino para que no se lo noten. Por eso deberíamos acogerlos con gratitud. Como si fuera la Selección, campeona del Mundo en Sudáfrica la que aterrizara. Con las calles llenas de banderas y orgullo patrio.