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María José Pou

iPou 3.0

El macho alfa y el yogurín

Pablo Iglesias ha pasado el fin de semana intentando zafarse de la imagen un tanto personalista que ha dado durante la asamblea ciudadana de Podemos. No sé si es autoritario o se lo hace pero sus críticos han brindado con espumoso viéndole defender cierto individualismo frente a la tríada que proponían otros. Las posiciones encontradas son, para algunos, la demostración de que Podemos no es tan puro como se nos pretende vender. Y seguramente tienen razón. La cuestión es que todavía está por ver si su voluntad de “ser otra cosa” tiene margen de realidad o entra dentro de la utopía en la que viven sus seguidores. De momento, no han tocado poder que, como decían los clásicos, todo lo corrompe. Entre ellos aún no se conocen ni tarjetas fantasma ni ERE ni Bárcenas ni otras especies. Ya es más de lo que puede decirse de otros.

Lo curioso, a mi modo de ver, no es que unos defiendan la figura de un líder y otros, el liderazgo mancomunado, sino el argumento que empleaba Iglesias para apoyar la primera opción. Era una actualización de “estos son mis poderes” que mostrara Cisneros, señalando a la milicia que él mismo había creado, a quienes cuestionaban su legitimidad. Iglesias, sin violencia, apeló a los votos para postularse diciendo que se ponía a las órdenes de quien tuviera el apoyo de la mayoría. Esos eran sus poderes, parecía decir no el “macho alfa” pero sí el ganador de las últimas elecciones europeas.

Mientras eso ocurría en Vistalegre, la policía detenía, en la otra punta de Madrid, a un “yogurín” de apenas 20 años que parecía sacado de una comedia española de los noventa. Del mejor Berlanga guasón. El xiquet es un encorbatado niñato con aires de grandeza que se ha hecho pasar por poderoso y hasta por miembro de los servicios secretos. Lo mejor del caso es el asombro de la propia jueza de instrucción que, lejos de sorprenderse por las travesuras de este “Guillermo” de la España embobada con todos los “vips” que en el mundo han sido, lo hace con los idiotas que lo han tomado en serio “por muy de las Juventudes del Partido Popular que manifieste haber sido”, dice textualmente en su auto. En el fondo, el pipiolo ha querido emular a Urdangarín pero sin pasar por el altar. Su “modus operandi” no ha sido muy distinto. Ha dado por hecho que el nombre de determinadas personas le abriría puertas. Y a fe mí que lo hizo. Ha llevado a término ese consejo que suelen dar los timadores desde el inicio de los tiempos: actúa como si fuera verdad. Una pena que no haya sido patrocinado por ninguna cadena de televisión para poner en evidencia una sociedad adormilada, atontada por el poder y engatusada por cuatro mediocres que se creen “machos alfa”. Tipos como Urdangarín o el yogurín becario de poderoso no existirían si no nos dejáramos deslumbrar por el cargo, el coche oficial y la “presunción de contactos”.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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